Algunas mujeres aman a sus hijos. Algunas mujeres adoran a sus hijos. Y hay mujeres que odian y aman a sus hijos. Esas mujeres son las madres de los niños enfermos. Esas mujeres son capaces de resucitar a un muerto esposo, reconstruir sus pedazos e invocar los poderes de un dios para concebir a ese hijo enfermo.
Esas mujeres van con siete escorpiones recorriendo los caminos en busca de un refugio donde su hijo pueda recuperarse tranquilo. Esas mujeres luchan para romper las barreras arquitectónicas llamando a las puertas de los políticos para que sus hijos minusválidos puedan ir por la calle en su silla de ruedas. Esas mujeres buscan bajo la saliva de Ra el oscuro secreto que consiga sacar a sus hijos de la cárcel física en las que los ha sumido la enfermedad. Esas mujeres pelean por una plaza en una residencia al lado del mar para que su hija menor pueda respirar.
Algunas mujeres aman a sus hijos. Algunas mujeres adoran a sus hijos. Y otras, las menos, aman y odian a sus hijos.
Los aman porque son suyos. Nacidos de su vientre. Crecidos bajo su amparo. Los odian porque están enfermos, porque necesitan cuidados, porque siempre demandan su atención y su cariño. Los aman porque son valientes y callados, intentando siempre ser como los demás cuando su boca no es capaz de pronunciar las palabras correctamente, cuando su alma no puede reír porque les falta el aire, cuando su pelo cae por el dolor de la quimio. Los odian porque les recuerdan cada día que pueden morir, que no resistirán otro invierno, que ellas son impotentes para conseguir curarlos.
Algunas mujeres aman a sus hijos y los matarían sólo para acallar su sufrimiento. El de ellas y el de sus hijos.
Y de alguna manera esos hijos odiados, esos hijos amados, son el dios halcón, renovado, renacido, cada día, en cada pueblo de esta ciudad. Y su presencia convierte, con su luz moribunda, en el ciclo de luz más bajo de la creación, a funcionarias, a campesinas, a incultas mujeres, renacidas, en diosas, que son capaces de envenenar al mismo dios Ra para robarle sus secretos y recuperar a su hijo para la vida.
Y así, con cada niño enfermo nace Horus, y con cada madre luchadora surge Isis, renovados en las cenizas de la impotencia.
Alabados seamos, resplandecientes.