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jueves, 10 de marzo de 2011

Algunas mujeres...


Algunas mujeres aman a sus hijos. Algunas mujeres adoran a sus hijos. Y hay mujeres que odian y aman a sus hijos. Esas mujeres son las madres de los niños enfermos. Esas mujeres son capaces de resucitar a un muerto esposo, reconstruir sus pedazos e invocar los poderes de un dios para concebir a ese hijo enfermo. 



 
Esas mujeres van con siete escorpiones recorriendo los caminos en busca de un refugio donde su hijo pueda recuperarse tranquilo. Esas mujeres luchan para romper las barreras arquitectónicas llamando a las puertas de los políticos para que sus hijos minusválidos puedan ir por la calle en su silla de ruedas. Esas mujeres buscan bajo la saliva de Ra el oscuro secreto que consiga sacar a sus hijos de la cárcel física en las que los ha sumido la enfermedad. Esas mujeres pelean por una plaza en una residencia al lado del mar para que su hija menor pueda respirar.
 
Algunas mujeres aman a sus hijos. Algunas mujeres adoran a sus hijos. Y otras, las menos, aman y odian a sus hijos.
Los aman porque son suyos. Nacidos de su vientre. Crecidos bajo su amparo. Los odian porque están enfermos, porque necesitan cuidados, porque siempre demandan su atención y su cariño. Los aman porque son valientes y callados, intentando siempre ser como los demás cuando su boca no es capaz de pronunciar las palabras correctamente, cuando su alma no puede reír porque les falta el aire, cuando su pelo cae por el dolor de la quimio. Los odian porque les recuerdan cada día que pueden morir, que no resistirán otro invierno, que ellas son impotentes para conseguir curarlos.






Algunas mujeres aman a sus hijos y los matarían sólo para acallar su sufrimiento. El de ellas y el de sus hijos.
Y de alguna manera esos hijos odiados, esos hijos amados, son el dios halcón, renovado, renacido, cada día, en cada pueblo de esta ciudad. Y su presencia convierte, con su luz moribunda, en el ciclo de luz más bajo de la creación, a funcionarias, a campesinas, a incultas mujeres, renacidas, en diosas, que son capaces de envenenar al mismo dios Ra para robarle sus secretos y recuperar a su hijo para la vida.








Y así, con cada niño enfermo nace Horus, y con cada madre luchadora surge Isis, renovados en las cenizas de la impotencia.
Alabados seamos, resplandecientes.

domingo, 7 de marzo de 2010

Muerte y Final.

El metro avanza a toda velocidad. Arenal observa el final de la vía. Un agujero que lleva a ninguna parte. Todos los pasajeros morirán. Con sumo cuidado recoge unas cuerdas que están sujetas al techo del tren, de forma absurda. Pero Arenal no tiene tiempo para pensar. Las coge y las lanza, intentando agarrarlas con fuerza, utilizando todo su poder para intentar detener el tren con sólo la fuerza de sus brazos. No sabe si lo conseguirá.

Magdalena levanta ligeramente la cabeza. Mira a los pasajeros que la acompañan en este viaje hacia la muerte. Delante hay un señor de unos sesenta años que mira hacia abajo con cara de fastidio, y ocupando el asiento de su lado con una bolsa. Los dos asientos contiguos, justo al lado de la puerta, en diagonal a donde está Magdalena, están ocupados por una joven pareja que va cogida de la mano. No cree que lleguen a los treinta, y tienen ese halo de aquellos que piensan que el mundo no sería un lugar habitable sin el otro. El asiento de su izquierda está vacío, y un poco más allá hay una señora leyendo un libro y una chica muy joven. El vagón se ha quedado casi vacío en la parada anterior, y no queda nadie de pie.

Arenal sostiene con fuerza el vagón. Aunque parezca imposible, empieza a detenerse.

Magdalena piensa. El metro pasa por Diego de León. Allí está el hospital de la Princesa. Si tan sólo alguien la acompañara. Algo despierta en ella, una fuerza que parecía haber huido. Vuelve a dejar caer la cabeza y piensa. Para eso apenas hace falta oxígeno. Aún le queda concentración suficiente. Se imagina que es la joven pareja. Se imagina que piensa los pensamientos de la muchacha y está contenta, y quiere a ese chico, y se fija en la mujer del metro, se fija en Magdalena, la joven que está apoyada sobre la barra. Se parece a una amiga suya, es curioso, parece que se encuentra mal. Su mente salta hacia el chico. Piensa desde la mente del muchacho, siente desde él, y fija su atención. Oh, esa muchacha, la de la esquina, piensa Magdalena que piensa el muchacho, se parece a mi hermana, fíjate, no parece sentirse muy bien, quizá necesite ayuda. No tenemos prisa. Podemos preguntarle.

Arenal, con una fuerza sobrehumana, detiene el metro. La gente sale, asustada pero en buen estado. Los ha salvado.

Una mano se posa en el  hombro de Magdalena. Muy mareada, levanta la cabeza. Allí están, los dos, chico y chica. La joven pareja.
-¿Te encuentras bien? ¿Necesitas ayuda?
Si pudiera, sonreiría, pero Magdalena no tiene fuerzas.
-Sí...-responde con la voz entrecortada, muy baja. El muchacho se acerca más para poder oírla. -Tengo... asma. ¿Podéis... acompañarme? En Diego de Leon. El hospital.
Apoyada en ellos, en ese amor que los hace tan compasivos, Magdalena sale por fin de ese túnel siniestro. Nada más entrar en el hospital la atienden en recepción. La pasan inmediatamente al médico. La pareja se queda fuera. No volverá a verlos. Nunca sabrá quienes son. Enseguida se encuentra rodeada de médicos, enfermeras, mascarilla de oxígeno, le cogen una vía y todo parece muy ruidoso y agitado a su alrededor. Tardan mucho tiempo en calmarse, recuerda palabras entrecortadas, "más adrenalina", "no reacciona". Casi no nota los pinchazos. Su único afán es respirar, pero sigue sin ser una tarea fácil. "La oximetría ha subido", dicen después de un rato de hacer y deshacer a su alrededor, y la dejan allí, tumbada en la camilla. Han conseguido darle algún tiempo más en este planeta.
A ella no se lo dicen, pero acaba enterándose por su hermana. Si hubiera tardado media hora más, la muerte la habría alcanzado. Pero por el momento, a día de hoy, no lo ha conseguido.

A Malena, a esa pareja anónima y a los médicos de urgencias que salvan tantas vidas y a cambio sólo reciben quejas. Porque la magia es real y la muerte sólo un obstáculo más.

viernes, 5 de marzo de 2010

Muerte III

Arenal se queda dormida entre las dos placas de metal. Está tan cansada. El sonido del metro en marcha la despierta. Ve cómo a su lado la pared se mueve a toda velocidad. Las dos placas se juntan cada vez más, si no hace algo, van a aplastarla.

Magdalena está sentada en el vagón del metro. Su respiración es cada vez más inexistente. Si se la auscultara, ni siquiera tendría sibilancias. Sencillamente el aire no llega más allá de la parte superior de su cuerpo. Sus alveolos están encharcados y completamente inflamados. No hay sitio para el aire en su organismo. Ya no. Apenas un ténue hilo que la mantiene pegada a la vida.
Hay muchos tipos de asmáticos. La mayoría, cuando se ahoga, grita, se desespera, hasta el punto de que a veces es difícil distinguir si se están ahogando o tienen un ataque de histeria. Magdalena no es así. Su hermana dice que cuando está enferma parece como si fuera una vela a punto de apagarse, como si se estuviera yendo, sin ruido, resignada. Esta no es una excepción. Está rodeada de gente en el metro de Madrid, pero la energía que necesitaría para pedir ayuda se ha ido con los últimos pasos que la dejaron en ese vagón de metro.

Arenal va a ser aplastada de un momento a otro. Las placas están tan cerca que casi no queda sitio para ella en esa tumba improvisada en la que sin casi darse cuenta ha caído. Pero no está dispuesta a dejarse ir tan fácilmente. Con dificultad saca una mano y se agarra a la manilla de la puerta del metro. Pegada a la puerta asciende por el exterior como una heroína cualquiera de una película. Llega hasta arriba con  un gran salto y se sostiene sobre el vagón que viaja a toda velocidad. Horrorizada, descubre que la vía se acaba. Hay un enorme vacío a unos cuantos cientos de metros. El vagón avanza sin control y, si no hace algo, todos los que van dentro morirán con ella.

El metro avanza,
inexorable.

Imagen: aloriel.no-ip.org/index.php?tag=metro

jueves, 31 de diciembre de 2009

Proyectándose en el Tiempo


Arenal descubrió anoche en una estantería el libro Liber Kaos. Había olvidado su compra y empezó a leerlo.


Arenal extrajo la idea de dos películas.













Valente, el hombre con el que comparte su vida mágica, vio "Fotografiando Hadas", y al día siguiente compartieron "Tres Minutos".

En ambas se utiliza una droga para ralentizar la conciencia y poder percibir un mundo donde no habitan los seres humanos.

Arenal descubrió hace mucho tiempo que los cuentos tienen una parte de verdad, sobre todo para la magia, pero es necesario extraer ese fragmento antes de poder utilizarlos.

Anoche percibió el tiempo, su cualidad, y se proyectó sobre él. Tumbada en la cama, antes de dormir, percibió la naturaleza elástica del tiempo que la envuelve, que nos envuelve a todos, y se decidió a caminar por él. Sólo tenía que acelerar o ralentizar sus movimientos. Primero lo intentó proyectándose hacia delante. Más rápido. Se descubrió rodeada de seres parlanchines, de rápidos movimientos, tremendamente ruidosos. Era como estar en una fiesta llena de gente no muy agradable. No sabe cuánto estuvo allí, porque cuando fue a tomar conciencia desde aquí, descubrió que no recordaba nada, como retazos inconexos de algo que tenía sentido antes de volver.

No era ése el lugar que le interesaba. Las hadas de la película, una especie de elementales de aire, habitan en un mundo más lento. Con una vibración, por tanto, más elevada. Así que ralentizó la cualidad del tiempo, proyectándose en ese espacio. Cuando estaba inmersa en ese lugar, un fuerte ruido la sacó. La lluvia era tan fuerte que tuvo la impresión de que había entrado en la casa. Se levantó, pero no se oía nada. Volvió a intentarlo. De nuevo el ruido la sacó de su estado. Al salir seguía sin recordar nada. Pero no le preocupa.

Ha encontrado el lugar donde habitan los elementales, un lugar que se mueve a una vibración más rápida, en un espacio temporal ralentizado, y piensa seguir acudiendo hasta que su conciencia pueda traducir la experiencia a este otro mundo nuestro.