jueves, 31 de diciembre de 2009

Proyectándose en el Tiempo


Arenal descubrió anoche en una estantería el libro Liber Kaos. Había olvidado su compra y empezó a leerlo.


Arenal extrajo la idea de dos películas.













Valente, el hombre con el que comparte su vida mágica, vio "Fotografiando Hadas", y al día siguiente compartieron "Tres Minutos".

En ambas se utiliza una droga para ralentizar la conciencia y poder percibir un mundo donde no habitan los seres humanos.

Arenal descubrió hace mucho tiempo que los cuentos tienen una parte de verdad, sobre todo para la magia, pero es necesario extraer ese fragmento antes de poder utilizarlos.

Anoche percibió el tiempo, su cualidad, y se proyectó sobre él. Tumbada en la cama, antes de dormir, percibió la naturaleza elástica del tiempo que la envuelve, que nos envuelve a todos, y se decidió a caminar por él. Sólo tenía que acelerar o ralentizar sus movimientos. Primero lo intentó proyectándose hacia delante. Más rápido. Se descubrió rodeada de seres parlanchines, de rápidos movimientos, tremendamente ruidosos. Era como estar en una fiesta llena de gente no muy agradable. No sabe cuánto estuvo allí, porque cuando fue a tomar conciencia desde aquí, descubrió que no recordaba nada, como retazos inconexos de algo que tenía sentido antes de volver.

No era ése el lugar que le interesaba. Las hadas de la película, una especie de elementales de aire, habitan en un mundo más lento. Con una vibración, por tanto, más elevada. Así que ralentizó la cualidad del tiempo, proyectándose en ese espacio. Cuando estaba inmersa en ese lugar, un fuerte ruido la sacó. La lluvia era tan fuerte que tuvo la impresión de que había entrado en la casa. Se levantó, pero no se oía nada. Volvió a intentarlo. De nuevo el ruido la sacó de su estado. Al salir seguía sin recordar nada. Pero no le preocupa.

Ha encontrado el lugar donde habitan los elementales, un lugar que se mueve a una vibración más rápida, en un espacio temporal ralentizado, y piensa seguir acudiendo hasta que su conciencia pueda traducir la experiencia a este otro mundo nuestro.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Nacimiento

No todos los nacimientos son igualmente felices. En Rusia los popes ortodoxos, por aquello del calendario, estaban preparados para el nacimiento del niño Jesús, o Iesu, como supongo lo llaman. Los fieles ortodoxos, aún bajo el comunismo, rezaban con las cortinas cerradas para que sus paisanos ateos no los miraran mal cuando fueran a comprar el pan y el vodka. Anhelaban la llegada del dios que sólo había nacido una vez y algún día volvería. Un nacimiento celebrado y esperado, 1974 años después de su fecha oficial. Claro que cuando ese mismo niño nació, no fue recibido con tanta alegría. De entrada no había posadas, ni hospitales. Tuvieron que refugiarse en un establo. Si no habéis estado nunca en uno, creedme. Huelen mal. No sé con qué lavaron al niño, bueno, sí lo sé. Los envolvían en aceite, pero eso lo hacían en el templo. Lo ungían y con esa capa de grasa los protegían espiritual y físicamente. De cualquier modo seguro que José estaba pensando que vaya ocurrencias las del niño,venir en pleno viaje para empadronarse, con toda Belén llena de viajeros hasta los topes. Aunque puede que fuera un padre respetuoso y atento de los de la época, que estaba contento por poder disponer de otro varón para que trabajara para sus padres desde su tierna infancia, y no una niña que luego hay que dotar para que alguien la aguante.
El padre de Rosa se encontró con problemas similares. Al otro lado del Bosco, en la penísula ibérica, en plena hoya geográfica, su mujer decidió que ya había esperado suficiente, y se puso de parto.
-Vámonos Lola, anda, que quiero ver la cara de los niños cuando vean lo que les ha traído los reyes.
-No, Ramón, que no quiero yo dar a luz en el pueblo. Que pasa cualquier cosa y no hay allí médico.
-Pero si todavía te falta mucho. Yo te prometo que mañana, después de los regalos, te traigo.
La convenció y volvieron al pueblo. Así que Rosa, sin haber nacido aún, hizo el viaje que su madre, muchos años antes, realizaba periódicamente en la barriga de la suya. Fue hasta la capital y volvió. Seguro que pararon a tomar algo en el Molinillo, la Venta que estaba a medio camino entre el pueblo y la capital. Allí era donde se hacía noche en tiempos de su abuela, porque 55 kilómetros necesitaban dos días de camino en burra, y en algún sitio había que dormir.
La abuela de Rosa no iba a la capital por gusto. Ni tampoco porque fuera a parir al hospital. Iba a visitar a su marido, que estaba en la cárcel, por rojo. Cada semana, embarazada, salía del pueblo con la cesta llena de ropa limpia de su marido y tarros de conservas de carne y fruta, en el burro y sola. Al anochecer dormía en el Molinillo, donde pedía un bocadillo con jamón y una miaja de aceite. Por la mañana seguía su camino y antes de la comida llegaba hasta la cárcel. Veía a su marido y le entregaba lo que llevaba. No habría comido ni se habría mudado de ropa si no fuera por esas cosas. Recogía la ropa sucia y los tarros vacíos y de vuelta, dos días más. Paraba dos días en casa y de vuelta al camino.
La madre nació en algún lugar entre estos dos puntos. Pero su nacimiento no la salvó del viaje, ya que ahora iba en el canasto, envuelta en una sábana porque su piel se irritaba y no podían ponerle ropa. No es extraño que odie viajar hasta el día de hoy. Sencillamente no lo soporta.
Rosa, sin haber nacido aún, la hizo revivir aquella experiencia, una vez más. Puede que el marido quisiera llevarla de vuelta a la capital cuando los niños abrieron los regalos de reyes. Pero imagino que la madre, alérgica a cualquier viaje, negaría con la cabeza y diría que no podía más, que allí se quedaba, que si la niña quería nacer, que lo hiciera de una vez, pero ella no se subía una vez más en el coche. Otra vez no.
La niña nació en el pueblo, sin un hospital adecuado. Nació en el centro de salud, asistida por una comadrona, aunque ella siempre lo imagina en la casa de su abuela, con todas las ancianas del pueblo a su alrededor trayendo palanganas de agua y sábanas limpias. Con muy poca luz, en una habitación pequeña, llena de mujeres. Sin padre alguno para recibirla.
-Yo le dije, Ramón, vamos a quedarnos. -decía la madre entre grito y grito. -Pero no, tenía que venir a ver las caras de los niños. ¡Y ésta qué! Ay, Ay. Claro, como es la hija del cura...
Aparte de por la chispa sagrada que traía en su interior y por lo extraordinario de su nacimiento, Rosa tenía un origen sagrado ya por las historias que circulaban antes de que llegara a este mundo. La madre recordaba el momento de la concepción.
-Ramón, que no.
-Que no pasa nada, Lola. No te preocupes.
Pero fue que sí, y se quedó. Sin embargo el padre no consideraba que aquella única vez hubiera sido suficiente, y por si las moscas, empezó a sospechar de su honor y mirar con malos ojos al cura. Su mujer pasaba mucho tiempo limpiando la iglesia y ayudando a decorar con flores y velas el interior. El cura era un hombre joven y atractivo, al que la madre miraba con admiración por su capacidad para hablar con soltura y elegancia. Así que, de vez en cuando, cuando venía de tomar unas copas y la madre lo rechazaba, el padre arremetía contra ella acusándola de haberlo engañado, y de que lo que esperaba debía ser de otro, quizá era del cura, mala pécora. La madre lloraba incrédula y victimosa, con esas lágrimas que sólo las mujeres de su casa con buena conciencia pueden soltar para ablandar los corazones más sólidos. Al final el padre pedía perdón.
No sé lo que digo, no me hagas caso mujer, yo te quiero, y lindezas similares, hasta que conseguía su perdón y que la madre volviera a hablarle.
Así llegó Rosa al mundo, como un regalo de reyes tardío con paternidad dudosa. Una semilla de luz en medio de la oscuridad del mundo que estaba destinada a encontrar su camino sólo despues de largos peregrinajes de ida y vuelta a ninguna parte.

Barrios

Arenal
Magdalena
Noreña
Albaida
Golondrina
Fidiana
Trinidad
Fuensanta
Reina
Viñuela
Azahara
Rosa

martes, 29 de diciembre de 2009

Doce Cuentos

La Maga
La Enferma
La Filósofa
La Escritora
La Prostituta
La Mística
La Madre
La Vampira
La Astróloga
La Alquimista
La Funcionaria
La Diosa

Preludio

Tú eres el Reino, el Poder y la Gloria por siempre, Amen.
Los arcángeles están colocados en los cuatro puntos cardinales.
In LVX
Oh, poderoso Escriba de los Dioses, Dios de la Palabra escrita, preside este Blog para que la Verdad sea revelada y pueda completar la Gran Obra que me ha sido asignada.
Por el poder otorgado, coloco tu símbolo sobre mi rostro, para que presida cada una de las hebras de esta cuerda sagrada, tendida entre el suelo y el cielo, entre el mundo de los hombres y el vuestro.
Cierre. Liberación.
El templo está cerrado, así sea.

A ver si escribo

Existen varias cosas en la vida que merece la pena hacer, pero para cada uno de nosotros esas cosas no son siempre, ni de lejos, las mismas.
En mi caso lo de escribir es de las cosas que el mundo se perdería si yo no hiciera. Pero soy vaga. No es que no tenga oficio, me gané la vida escribiendo algún tiempo, y de hecho mi trabajo actual es de escriba, aunque a la antigua. (Cuando yo digo "a la antigua" no hablo de los tiempos de maricastaña, sino del Antiguo Egipto, es decir, muy, muy a la antigua)
El caso es que me gustaría contar mi vida. Ya saben, aquello de nací, crecí, me casé, bueno, no me casé, me morí, (casi), me enamoré, (ese capítulo serán una docena o tres, yo qué sé), coqueteé con las fuerzas oscuras, oposité, que aunque viene a ser lo mismo no es igual, busqué la piedra filosofal y en el camino fui dejando piedrecitas de colores que fueron engullidas por una avestruz que pasaba por allí. Además de aprender a leer los arcanos y los signos de tráfico, comprendí que el universo tiene un mensaje que darnos, pero el cartero suele tener muchos días de asuntos propios y es difícil estar en casa cuando le da por trabajar, así que mirando el remite del acuse de recibo...
En fin, estoy divagando. Emularé a mi querido Dickens.
Erase una vez (esa es Enid Blyton, pero es tan bonito...)
Buf, me aburro... La culpa es de mi madre, que en cuanto escribí el primer cuento me quería convertir en una nueva niña prodigio del espectáculo "literario", pero no le salió. Los cuentos que yo escribía se perdían, e incluso ella misma los vendía sin darse cuenta porque los había guardado en una carpeta nueva que era hábilmente entregada a una clienta que, diría, Apúntamelo, Lola, que el mes que viene te pago. Pero Paca, que ya me debes 50 duros. Así no le compro yo los zapatos a mi niña, que los tiene rotos. Mira, enséñaselos, Córdoba. Y me quitaba el zapato y le enseñaba a la señora el precioso agujero de la suela. Esto se repetía ante los que venían a embargar cosas también. Ahora comprendo por qué tardó tanto en comprarme unos zapatos nuevos. Eran más rentables así. Yo representaba la Estampa de la Desgracia, con mayúsculas. Fueron mis primeros "pasos" en el teatro. El caso es que nunca llegué a los doce cuentos que exigía la editorial para publicar mi primer libro. Y los deseos de mi madre quedaron en saco roto.
En fin, a ver si mañana escribo... y os cuento eso de mi nacimiento.