miércoles, 29 de septiembre de 2010

Fidiana observa atentamente el Monte Carmelo y anhela seguir el ascenso. Hasta este día, en las pasadas semanas, algo ha ocurrido en su interior. Su sentido del yo se ha vuelto difuso y confuso. El vaso que la contenía se ha roto en mil pedazos bajo la presión de las aguas del inconsciente colectivo. Quizá esto sea lo que San Juan llama la segunda noche. Lo sospecha, pero tiene que confirmarlo.

Azahara, mientras tanto, intenta centrarse en los estudios que la llevarán a ganar más dinero, a promocionar en su trabajo, pero los intereses de Fidiana la molestan, la estorban. Sabe que algún día su visión del mundo la ayudará, pero por el momento es sólo una piedra en el zapato. Anoche no pudo dormir porque Fidiana, como toda buena mística, andaba luchando contra sus propios demonios. Unos demonios particulares, venidos de muy lejos en el tiempo, pero muy presentes en nuestros días. Azahara se ha levantado agotada, incapaz de aprovechar el día para el estudio. Decide darle un ultimátum a Fidiana.


-Mira, niña. Sólo necesito un mes y medio. Un par de meses a lo sumo y luego estaré plenamente a tu servicio. O haces una pausa en todo lo que estás haciendo durante mes y medio o no te vuelvo a organizar los papeles y las cosas del mundo físico que tanto te cuestan. Tú eliges.

Fidiana, inmersa en ese estado donde la materia no es importante, nota la angustia de Azahara en su interior. La aprecia. Gracias a ella no anda pidiendo en la calle. Es la que se ocupa de las cosas prácticas, de tocar lo que su pureza no le permitiría tocar. Azahara le ha enseñado a Fidiana que su supuesta pureza no es más que una huida del mundo. Con su capacidad para utilizar los dones divinos para ganarse un puesto social, un lugar en el mundo físico, tener una buena casa, ocultar las cosas que no deben saberse por el bien de todos, Azahara ha convertido a Fidiana en una persona más humana, más proclive a dejarse permear por las cosas del mundo. En cierto modo, es la relación de Azahara con la vida la que ha provocado la ruptura del vaso que las contenía a todas, y el principio de una nueva forma de vida espiritual. Fidiana considera todas estas cosas y piensa, por otro lado, en sus amigas, en las habitantes de Córdoba cuyos escritos desea leer, en las experiencias que están compartiendo en una relación etérea pero muy tangible. Pero sabe que si Azahara no colabora, ella será incapaz de escribir nada, de abrir siquiera el ordenador. Azahara es la que tiene la sartén por el mango, como se suele decir. Y a menudo resulta ser mucho más sabia. Este pensamiento se cruza con la idea de Santa Teresa de Jesús de que Dios está entre los fogones y una sonrisa asoma a su rostro desvaído y taciturno.

-Bueno, qué- insiste Azahara.
-Vale, de acuerdo, lo haremos. Dejaré el blog hasta que salga el examen. Pero luego tienes que prometerme que me ayudarás a ponerme al día. Ya no puedo vivir sin mis nuevas amigas.
Azahara asiente y sale corriendo a buscar el libro, contenta de haberse quitado un obstáculo. No cree que Arenal se deje convencer tan fácilmente, pero lo intentará si llega el caso...
Fidiana mira su blog y las páginas que desearía leer y comentar de sus amigas. El Monte Carmelo la espera ahí delante. Está ya tan cerca... Un suspiro de resignación se escucha en toda la ciudad y busca una canción que exprese los sentimientos que la embargan, para regalarla a sus amigas.




Volveré.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Subida del Monte Carmelo X

Adonde me llevas, alma mía. Qué buscas que no te deja dormir por las noches. Qué es eso de lo que hablan los místicos. Dime por qué la luz brilla en tu interior, y después la noche se apodera de ti. Dime, alma, por qué no hablas pero te mueves en una dirección que me aterra, que me saca de lo conocido. Cómo pretendes que te siga. Cómo puedo confiar en ti si tantos problemas me has dado. Cómo esperas que te acompañe en un sendero que he transitado antes y que me llevó a lugares que me han destrozado en pedazos, que me han hundido en los lugares más inmundos de la raza humana, que han matado mi inocencia y acabado con mi esperanza.

Cómo esperas ese acto de fe, alma mía. No puedo hacerlo. Perdóname, pero tendrás que quedarte en casa, atada a la cama. No, no llores, mi cielo. No soporto oírte llorar. No puedo con esa mirada húmeda, con ese sueño imposible. Tú y yo sabemos que no se puede. Que lo que quieres no es de este mundo. Que es sólo el producto de tu imaginación. De las películas, de los libros que has leído donde una unión mística perdurable te espera al final del túnel. Ni siquiera hay túnel, cielo. Debes quedarte.

No, no forcejees, mi amor. Yo te quiero. Te ato porque te quiero. No me digas que me desprecias. No, no me mires como si fuera tu enemigo. Yo soy tú. Sólo intento protegerte de ti misma. Eres tonta, niña. Deja de llorar. No mojes las sábanas. Te las cambiaré. Te traeré un poco de agua.

No, no grites. Te oirán los vecinos.

No me mires así.

He tenido que amordazarte.

Me preocupas, cielo. ¿Por qué no comes? Te estás enfermando, y contigo mi salud se va por el desagüe. Ya casi no tengo fuerzas. No podré retenerte mucho más tiempo, mi cielo. Y qué será de ti cuando yo no esté. Saldrás en su busca, y sufrirás. No puedo soportarlo, no puedo verlo. Tus ojos, sonríen. No, no te desates. No te me acerques. Tengo miedo ¿Vas a vengarte de mí? Yo lo haría, lo entiendo. Todo lo que he hecho ha sido por nosotros, alma mía.

¿Por qué me coges en brazos con tanto cariño? ¿Por qué me besas en los labios? ¿Por qué me sigues queriendo? Oh, Dios, qué te he hecho... Ahora lo veo. Perdóname. Por favor, perdóname. No sabía...

Siento cómo la fuerza vuelve a mis miembros cansados. "Ven conmigo" me dice "nos están llamando". Y éste es el canto que mi alma susurra entre dientes mientras dejamos atrás la cárcel de mi vida:



En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Subida del Monte Carmelo IX


¡Oh, dichosa ventura!, oh, dulce suerte, qué afortunada soy de haberme enamorado de algo que aún no alcanzo, porque tira de mí, me saca de lo conocido, me lanza al peligro del límite de nuestras fuerzas, de nuestras capacidades, de lo que creíamos ser.

Y ahí, en ese momento de ceguera absoluta, movida sólo por el corazón, tengo la suerte de salir sin ser notada, sin que ninguna de mis defensas se coloquen en medio y me digan: ¿estás loca? ¿dónde vas? No están ni mi padre ni mi madre interna para decirme que éstas no son horas de salir.

No hay nadie, porque mi casa "está sosegada". Mi alma está tranquila porque ha llegado la noche. Está agotada de la búsqueda, y no es capaz de darse cuenta de que la verdadera búsqueda se ha iniciado ahora.

Ésta, la subida del Monte Carmelo, es la subida al monte de la abundancia. Es la abundancia a la que alcanza el ser después de haber trascendido sus propios límites. Pero para ello es necesario pasar por distintas etapas, y estas son las que describen las canciones.

¿Qué precede este momento? Hagamos un poco de historia imaginativa y volvamos después al presente. Imaginemos un monje que sigue todos los preceptos. Día tras día hace ayuno, penitencia, reza a Dios y siente la presencia divina en su corazón. Y de pronto, en medio de ese gozo, empieza a sentir que lo que tiene alrededor no le gusta, que los frutos de la tierra no tienen sabor. Como diría Lestat de Lioncourt, la comida ya no tiene sabor, el vino ya no tiene olor... Pierde la sensación de Dios. Pierde su presencia. Y se asusta. El confesor lo culpa. Algo habrás hecho para llegar a este estado, y el monje se siente pecador y en el infierno, cada vez más lejos de lo que quiere. Reanuda todos los ejercicios espirituales con mayor vigor, con mayor fuerza, y cada vez siente menos lo que sentía antes, hasta que el hastío, el aburrimiento, la oscuridad, hacen presa en su alma, y pierde todo sentido. Dios le ha abandonado, piensa, y su mundo se ha convertido en una noche terrible.

Volvamos al presente, e imaginemos una mujer que quiere buscar al hombre de su vida. Sale y conoce a un hombre, salen juntos, se aman, y llega un momento en que la cosa promete, pero él le dice que no quiere compromiso. Ella lo intenta otra vez, y una y otra vez algo trunca la relación, y aparece la noche oscura. Deja de salir. Se encierra en casa y se deprime. Si no tomara pastillas, el proceso continuaría hasta su propia conclusión, pero le dicen que tiene un problema de hormonas, y la mujer se siente inválida. Por qué tantas tienen amor y yo no, y se droga, y está cada vez más lejos de lo que anhela.

Es el mismo proceso, con otro nombre, con otro objeto de deseo. Y podemos contar la misma historia con cualquier sueño que la realidad se empeñe en alejar de nuestro corazón una y otra vez. Y esos sueños imposibles son los que te llevan a esa noche oscura. La primera, porque hay dos al menos, según nos cuenta el autor.

Y lo que tengo que aprender, lo que quiero entender, es cómo hice en su momento, cómo hacer para salir de la primera, cómo detectar la segunda, y cómo atravesarla para llegar a cumplir el mayor anhelo de nuestro corazón, que no es más que un espejo del anhelo más profundo de unión con lo más elevado, de cumplimiento, de alma.

Y ése es el camino que nos muestra esta primera canción, que se inicia justo donde acaba la psicología tradicional. Cuando la depresión terrible te atrapa, cuando tu casa está sosegada porque tu alma está agotada, y es entonces cuando el anhelo más profundo, inflamado en amores no correspondidos, sale de lo conocido sin ser notado. Nuestra función no es cortar o dirigir esa salida, sino no obstaculizarla, acompañarla en la peligrosa y terrible noche.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Subida del Monte Carmelo VIII

Memorias de exaltación de algo que me llama, que me empuja. Ese algo es el anhelo que Juan describe a continuación: "con ansias, en amores inflamada".

Peter Kingsley habla del anhelo, se pregunta qué es este anhelo que vuelve locos a los hombres, que los hace dejarlo todo por seguirlo. Muchos de los habitantes de Córdoba lo han sentido a su pesar, empujando, tirando, impulsando el carro de sus vidas.

Ese anhelo son las yeguas que nos impulsan hacia algo desconocido, excitante y peligroso. Un impulso del corazón que te lleva a los abismos más terribles y los lugares más excelsos, y te deja la sensación de estar dando vueltas, de no llegar a ninguna parte.

Que pelea con todo lo que creías querer o tener. En una oscura noche, en un momento en que todo lo que te rodea te parece oscuro y sin brillo porque el anhelo te lleva lejos, te impulsa a abandonar todo lo que tienes porque nada le parece valioso, excepto el objeto de su deseo.

Un anhelo que Juan identifica con la inflamación de amores. Y así ocurre a menudo. El amor a Dios, el amor a un hombre, a un sueño, a una ninfa... La oscura noche no sólo llega por buscar a Dios. Llega aunque el objeto de nuestro anhelo sea una pareja, un trabajo, un sueño cualquiera, siempre que sea inalcanzable.

Lo buscas, lo intentas cazar, y en esa búsqueda llega la noche y ya no te permite encontrarlo. No te deja ver el camino. Pero es en medio de esa noche cuando el anhelo se vuelve más intenso, más terrible, más acerado.

Y te saca de lo conocido, porque lo que buscas, ese objeto de tu amor, de tu deseo, está lejos, no está en lo conocido, está más allá de los límites de tus vagabundeos vitales.