Me gustaría empezar diciendo que las palabras, a veces, sólo son sombras de la luz que traen sus opuestas. Hablar de la realidad es hablar de lo imaginario, lo que no es real. Se habla de realidad cuando se quiere dar cuenta de lo material, lo físico, lo que es incontestable. Sin embargo, las versiones sobre ella son interminables. Recuerdo a un filósofo, Oscar Brenifier. En una sesión que tuvimos yo hablé de "Mi Realidad" y él me contestó preguntándome: ¿Vives en una realidad paralela? La respuesta es sí. Habito en muchas realidades paralelas, y la mayoría de las veces, no se cruzan con las personas que me rodean.
Puede que todo empezara con internet. Lo que era imaginario para la mayoría, evadirse de la realidad cuando esto de los chats empezó, era para mí un auténtico vicio. Hace ya casi 15 años que pasaba noches enteras conectada a un modem ruidoso charlando con quienes eran mis amigos, mis amores, mis enemigos. A mi alrededor, en ese espacio físico, existían muchas personas con las que me cruzaba, pero con las que no tenía contacto. Yo habitaba un espacio que no era espacio físico, pero donde se encontraba todo lo que yo amaba y temía. Allí lejos, en lo supuestamente real, sólo había sombras que se movían y pedían pan o lo que fuera en las tiendas.
Aunque quizá empezó antes de eso, cuando descubrí las novelas de ficción. Yo amaba aquellos personajes, los que me encontraba en las novelas. Sus hazañas, deseos, evolución personal, eran mucho más reales que las absurdas peleas de mis padres o las salidas nocturnas de mi hermana.
Pero ya antes, en la cuna, anhelaba que llegara la noche para poder sumergirme en la oscuridad, a la que yo caía atravesando capas y capas de tierra virgen hasta fundirme con un vacío acariciador que me contenía y me amaba.
Quizá por eso durante mucho tiempo desconfié de la materia. No consideraba del todo real ni el mundo físico, ni los compañeros de trabajo, ni el vil metal, ni el deseo de tener coche, trabajo y familia. Burgueses anhelos ficticios, me decía. Si el ciberespacio, los seres que habitan las novelas y la oscuridad del inicio es lo real, todo esto debe ser imaginario.
Pero ya lo dice Peirce. Lo real es aquello que se te impone, aquello que no responde a tus deseos.
Y el mundo físico, que hasta cierto momento pareció dejarme en paz, empezó a hacer oír su cantinela. Y tuve que aceptar que también la familia, los amigos, el trabajo, el dinero, eran reales y valían la pena.
Pero ahora, amigos míos, me encuentro con un problema. Tengo que afirmar con Parménides que todo es real. Pero, si todo Es, si tengo que tener en cuenta ideas, personajes, mundos internos, vecinos y cuentas corrientes, ¿dónde pongo el límite de lo real? ¿En los políticos?
A ver si escribo
Libros, cuentos y el oficio de escribir.
sábado, 22 de octubre de 2011
15 Octubre
Mientras la ciudadanía salía a la calle a protestar por la situación que vivimos, donde la economía se ha convertido en el nuevo dios al que hay que rendir tributo, y los bancos sus sacerdotes, los jefes de estado se reunían preocupados por el deficit de los bancos.
Mientras los franceses se manifestaban en el siglo XVIII porque tenían hambre, María Antonieta se preocupaba porque no tenía un heredero al que legar el poder.
Cuando en Cuba llegaron las gentes del campo, hambrientas y con armas, a la ciudad, las personas que vivían en La Habana no hicieron nada para impedir que entraran en los palacios y centros de poder los que venían del campo. No empuñaron las armas, pero tampoco defendieron a los poderosos. Sólo se manifestaban pacíficamente en la ciudad.
Vivimos en distintas esferas de realidad, los poderosos y los ciudadanos de a pie. Los que gobiernan y los que son gobernados. Cuando ambas esferas se separan tanto, la cosa empieza a oler mal. Además hay grandes poblaciones mundiales hambrientas. Es momento para preocuparse y mucho. Pero a mí me da igual. No pienso mover un dedo para defender a los que me gobiernan. Que se las arreglen.
Mientras los franceses se manifestaban en el siglo XVIII porque tenían hambre, María Antonieta se preocupaba porque no tenía un heredero al que legar el poder.
Cuando en Cuba llegaron las gentes del campo, hambrientas y con armas, a la ciudad, las personas que vivían en La Habana no hicieron nada para impedir que entraran en los palacios y centros de poder los que venían del campo. No empuñaron las armas, pero tampoco defendieron a los poderosos. Sólo se manifestaban pacíficamente en la ciudad.
Vivimos en distintas esferas de realidad, los poderosos y los ciudadanos de a pie. Los que gobiernan y los que son gobernados. Cuando ambas esferas se separan tanto, la cosa empieza a oler mal. Además hay grandes poblaciones mundiales hambrientas. Es momento para preocuparse y mucho. Pero a mí me da igual. No pienso mover un dedo para defender a los que me gobiernan. Que se las arreglen.
miércoles, 12 de octubre de 2011
Cuidar el cuerpo
Siempre he pensado que la salud es importante. Así que no entiendo por qué las personas que empiezan a notar que algo no va bien siguen como si nada hasta que ese algo queda destrozado. A veces es un dolor pequeño pero continuo y persistente. En una zona mientras se hace un trabajo repetitivo. Un dolor que al principio es una pequeña molestia, pero a medida que pasan los días, los meses, los años, se convierte en una lesión que debe ser operada.
Otras veces es algo ilocalizado, debilidad, cansancio. Otras tos que se hace cada vez más fuerte, ahogo.
Puedo entender que uno tenga miedo al diagnóstico. Puedo entender que lo retrase unos días. Pero me resulta muy extraño el hecho de continuar con lo que sabemos que nos está dañando, sin hacer nada por remediarlo.
El tabaco parece el tema más visible. Pero siempre se disculpa porque es una adicción. Todos los productos químicos que le ponen hacen que sea muy difícil dejarlo. Pero puede que el tabaco no sea más que un síntoma de algo más profundo.
Sabemos que si engordamos las articulaciones, los huesos, las arterias, todo empeora. Pero es cierto que adelgazar es algo terrible. Comer menos es muy duro.
Pero, yo pregunto. ¿Por qué si te duele el cuello, y ese dolor se puede quitar dedicando cinco minutos al día a hacer unas movilizaciones, cuesta tanto hacerlo?
Todos los oficinistas padecen, en mayor o menor medida, del cuello. Cada mañana llego a la oficina desde que sufrí un esguince cervical, y dedico entre 5 y 10 minutos a realizar unas movilizaciones del cuello y los brazos que me permiten hacer mi trabajo y evitar que mi cuello se agarrote y empeore. Todos mis compañeros, sin excepción, me miran y sonríen. Algunos me dicen que ellos "deberían hacer lo mismo". "Ponte conmigo", es mi respuesta. Ni uno solo en estos meses se ha atrevido o lo ha considerado importante. Me dicen que tengo mucha fuerza de voluntad, pero, ¿se trata de eso?
Aceptar que tienes un dolor, y que necesitas hacer algo para solucionarlo, ¿es quizá una muestra de debilidad? Qué es lo que nos da más miedo, ¿dejar que los demás vean nuestra debilidad o aceptar que no somos inmortales y nuestro cuerpo necesita mantenimiento como un coche con algunos años encima?
Quizá el tabaco, el comer en exceso, el no hacer ejercicios suaves para mejorar nuestras dolencias, sean una manera de cerrar los ojos a un cuerpo que demanda cuidados, atenciones y mimos como una novia celosa y posesiva. Mientras lo mantengamos a raya, no haciéndole caso, quizá se canse de pedir y haga lo que queramos. Pero, ¿Y si no? Y si, por tanto maltratarlo, un día el cuerpo se cansa y nos deja, solos con nuestra ceguera y muertos de desidia.
Sé de qué hablo. Mi cuerpo es frágil como las alas de una mariposa. Si lo fuerzo un poco, pierde su brillo y se puede quebrar. Pero si lo cuido, a veces, tiene el suficiente espíritu como para elevarme por encima de los tejados y dejarme vislumbrar un trocito de eternidad. Mi cuerpo, mi precioso cuerpo. Alabado sea.
Otras veces es algo ilocalizado, debilidad, cansancio. Otras tos que se hace cada vez más fuerte, ahogo.
Puedo entender que uno tenga miedo al diagnóstico. Puedo entender que lo retrase unos días. Pero me resulta muy extraño el hecho de continuar con lo que sabemos que nos está dañando, sin hacer nada por remediarlo.
El tabaco parece el tema más visible. Pero siempre se disculpa porque es una adicción. Todos los productos químicos que le ponen hacen que sea muy difícil dejarlo. Pero puede que el tabaco no sea más que un síntoma de algo más profundo.
Sabemos que si engordamos las articulaciones, los huesos, las arterias, todo empeora. Pero es cierto que adelgazar es algo terrible. Comer menos es muy duro.
Pero, yo pregunto. ¿Por qué si te duele el cuello, y ese dolor se puede quitar dedicando cinco minutos al día a hacer unas movilizaciones, cuesta tanto hacerlo?
Todos los oficinistas padecen, en mayor o menor medida, del cuello. Cada mañana llego a la oficina desde que sufrí un esguince cervical, y dedico entre 5 y 10 minutos a realizar unas movilizaciones del cuello y los brazos que me permiten hacer mi trabajo y evitar que mi cuello se agarrote y empeore. Todos mis compañeros, sin excepción, me miran y sonríen. Algunos me dicen que ellos "deberían hacer lo mismo". "Ponte conmigo", es mi respuesta. Ni uno solo en estos meses se ha atrevido o lo ha considerado importante. Me dicen que tengo mucha fuerza de voluntad, pero, ¿se trata de eso?
Aceptar que tienes un dolor, y que necesitas hacer algo para solucionarlo, ¿es quizá una muestra de debilidad? Qué es lo que nos da más miedo, ¿dejar que los demás vean nuestra debilidad o aceptar que no somos inmortales y nuestro cuerpo necesita mantenimiento como un coche con algunos años encima?
Quizá el tabaco, el comer en exceso, el no hacer ejercicios suaves para mejorar nuestras dolencias, sean una manera de cerrar los ojos a un cuerpo que demanda cuidados, atenciones y mimos como una novia celosa y posesiva. Mientras lo mantengamos a raya, no haciéndole caso, quizá se canse de pedir y haga lo que queramos. Pero, ¿Y si no? Y si, por tanto maltratarlo, un día el cuerpo se cansa y nos deja, solos con nuestra ceguera y muertos de desidia.
Sé de qué hablo. Mi cuerpo es frágil como las alas de una mariposa. Si lo fuerzo un poco, pierde su brillo y se puede quebrar. Pero si lo cuido, a veces, tiene el suficiente espíritu como para elevarme por encima de los tejados y dejarme vislumbrar un trocito de eternidad. Mi cuerpo, mi precioso cuerpo. Alabado sea.
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