Con el permiso de los visitantes, los seres que habitan Córdoba hablarán, mientras dure la ascensión, con una sola voz. Tu voz.
Juan afirma que Dios nos lleva de la mano, y que en realidad su libro es sólo una guía para no oponernos al río divino que nos empuja hacia la unión. Esto significa que todo lo que nos ocurre, de alguna manera, tiene un sentido que proviene de lo más excelso de nosotros, de lo más elevado de la vida.
Por qué algunas personas tienen que soportar esa senda oscura y seca que describe Juan es, para mí, un completo misterio. Decía William James que, referente a la fe, existían dos tipos de personas. Las nacidas una vez, que eran amigas del pensamiento positivo y sostenían una fe gozosa y alegre en la que todos sus deseos se cumplirían tarde o temprano, eran inocentes y luminosas.
Las otras, las nacidas dos veces, no pueden sostenerse por esa inocencia hermosa y primera. Conocen la muerte, conocen la oscuridad, y pasan agonías sin cuento. Leon Tolstoi fue una de estas personas, y en sus confesiones narra una terrible historia sobre su estado de pérdida de sentido. Su confrontación con la futilidad de la existencia. Para los nacidos una vez, aquellos que tienen que nacer dos veces son absolutamente incomprensibles. Los culpan de sus desgracias porque no pueden entender cómo en un universo ordenado y armónico pueden sufrir tanto. Algo habrán hecho, piensan esas personas sensibles y aparentemente justas. Juan y Teresa tuvieron que soportar confesores que los culpaban por estar sufriendo en aquella sequedad del alma. Personas con una fe gozosa que no entendían por qué sentían ese dolor tan profundo en el alma, esa falta de sentido en medio de una fe tremenda. Los dos místicos españoles fueron duramente criticados y perseguidos, a Teresa le quitaban sus escritos por no corresponder con la doctrina de la Iglesia. Juan fue encarcelado externamente cuando su alma se debatía en este oscuro pozo de agonía, y sus intentos de reforma encontraron una oposición feroz.
Pero logró escapar.
Logró deslizarse de su cárcel con la ayuda de unas sábanas atadas, y este libro habla de esa huida. Porque no sólo huyó de la cárcel física, sino también de la cárcel del alma, de las dudas acerca de si sería culpable, del terrible dolor de pensar que la oscuridad era más fuerte que su fe, de aquellos que le decían que se equivocaba, que aprovechaban su debilidad para gritarle a la cara que había errado el camino, que no era Dios sino el demonio quien hablaba por él, que se estaba alejando del paraíso.
Pero Juan sabía que no tenía elección. Sabía que había hecho todo lo que estaba en su mano para acercarse a Dios y que a pesar de todo, había llegado a esa oscuridad interna, a esa sequedad del alma donde parecía naufragar, y realizó el acto de fe más duro. Aceptar que eso era lo que Dios le había entregado, y que por tanto no debía rechazarlo. Y ese acto de aceptación fue el principio de algo que sólo ahora empezamos a comprender. De este modo, la noche que era su enemiga, se convirtió en su aliada.
En su época, muchos pensaban que si uno sufría, era castigo de Dios. Algo habría hecho. Y juzgaban duramente a las víctimas. No hemos cambiado nada. Aún se oyen voces que afirman que nuestras enfermedades son por nuestra culpa, por no estar equilibrados. Que nuestras desgracias las hemos atraído nosotros por no pensar positivamente. Que somos culpables de no poder levantarnos por no tener voluntad. Que nuestra vida está desecha porque queremos.
Y se atreven a mirarnos por encima del hombro, y a juzgarnos. Como si alguien que no haya mirado a la muerte cara a cara, que no haya intentado curarse por todos los medios, que no se haya horrorizado de lo que es capaz de hacer, que no sea capaz de percibir a los demonios que campan fuera de los lugares seguros, tuviera la más remota idea de la vida que nos ha tocado vivir, pudiera comprender que hemos llegado hasta donde hemos podido y que nadie, siendo lo que somos, podría haberlo hecho mejor.
Juan lo entiende, lo sabe, lo ha vivido. Y viene a decirnos que ésa, también, es la mano de la divinidad que nos guía. Que ése es el camino que nos ha tocado, y que de nada sirve negarse a caminar. No hay otro lugar donde ir. No podemos dejar de ser. No podemos ser otros.
Pero hay un sentido, y si aprendemos a seguir el camino, por muy duro que sea, lo encontraremos.