Suspendida en medio de ese espacio sin espacio. Ese vacío repleto de lo que todavía no es. Ese lugar donde las palabras aún no han sido dichas pero permanecen llenas del significado que desaparecerá cuando mueran. Suspendida en ese lugar se encuentra Córdoba. Córdoba, una y sola. Una a una, todas las mujeres que la componen fueron entrando en ese lugar. Cada una de ellas fue dejando por el camino sus vestiduras. Los zapatos quedaron quietos como juguetes rotos. El peinado se deshizo y los colgantes penden ahora de ramas inexistentes. Los relojes parados en extrañas horas, apenas saben de qué estan hechos en un lugar donde todo el tiempo, toda la realidad, permanece en la tensión previa a la expansión. Una a una, todas las mujeres perdieron las características que las diferenciaban. Aunque Albaida lloró cuando olvidó la escritura y Magdalena se sintió insegura cuando notó que su respiración era perfectamente regular, Fidiana, como Arenal y Viñuela, eran perfectamente conscientes de que habían llegado. No hablaré de las otras mujeres, no por el momento, pero despojadas de sus abalorios y distinciones, las doce, cogidas de la mano en un círculo eterno, se miraron las unas a las otras, y descubrieron que siempre habían sido una y la misma. Y esa percepción lo cambió todo. En ese momento Córdoba tomó conciencia de sí misma. Supo quien era y por qué estaba aquí. Y durante un momento eterno conoció de su propia divinidad y experimentó su inmortalidad. Con lágrimas en los ojos, muestra de una pasión que la atravesó como una serpiente y la envolvió en un éxtasis que no soy capaz de transmitir, esta mujer que es una ciudad que es una diosa, se comprometió en su corazón a trabajar por la manifestación de la Gran Obra en el mundo, aunque ahora sabía el precio. Rendida ante su propia divinidad, aceptó una vez más la cruz de la separación, y una a una todas las mujeres retomaron sus antiguas características y salieron por la puerta, de nuevo abierta a una ciudad que volvió al lugar donde había estado como si nunca hubiera desaparecido. Nada parecía haber cambiado. Cabizbajas por la pérdida, pero con un brillo extraño en la mirada, cada una volvió a sus ocupaciones. Curiosamente, no fue Fidiana, sino Albaida, la última en abandonar ese lugar. No quería volver. Arrastrando los pies se sometió al destino que no deseaba, y regresó despacito, reticente, incapaz de afrontar lo que tenía que hacer. Albaida era escritora, pero no escribía. Y cuando lo hacía sentía que cada una de las palabras le costaba sangre y lágrimas. Sólo una vez, cuando escribió su primer cuento, lo había hecho con ligereza, con la inconsciencia de los creadores. Pero ese cuento generó tantas expectativas a su alrededor que tuvo un efecto absolutamente contrario. A veces esto pasa cuando un escritor tiene muchísimo éxito en su primera novela. Pero Albaida, además, era una niña. Realmente, no sabía cómo lo había escrito. Sencillamente, se puso a escribir y salió. Y como era un misterio, aquella niña de 9 años quiso entender, quiso comprender cómo lo había hecho. Y la ligereza, que sólo duró un instante, se perdió. Cada nuevo cuento, cada nuevo escrito, cada nuevo ensayo, era un terror continuo y constante. Se quedaba acurrucada en su cama, con un profundo dolor en el pecho y un profundo nerviosismo. Tenía tanto miedo que no podía moverse. La única manera que encontró de desbloquearse fue hacer cosas que no le importaban, o escribir en periódicos cosas que no consideraba importantes. Cosas que no tocaban su corazón. Aún así, pasaba largos días aterrorizada antes de escribir cualquier pequeña cosa. Y así pasó su vida, sin llegar nunca a publicar más allá de unos pocos libros para niños durante un par de años, desapareciendo después del mapa. Lo que escribía no le importaba demasiado, así que para qué continuar. Y lo que realmente su alma clamaba por expresar era incapaz de escribirlo. Así que... dejó de escribir. Hasta que no pudo más.
Fue en ese período en el que se gestó este blog, concebido por Viñuela como una obra alquímica en honor de Thoth, el dios de la escritura. Solve et coagula. Disuelve a Córdoba en todas las mujeres que la habitan, y reintégralas de nuevo en una unidad. Una, y otra, y otra vez.
Y así, aún con el recuerdo de la unidad en su corazón, al salir de esta primera Obra, Albaida se sentó a su ordenador y escribió. Escribió de pragmatismo. Y escribió palabras y palabras de su nueva novela. Y después de dos horas trabajando descubrió tranquilamente sorprendida que el bloqueo, que el miedo, que el terror que la paralizaban, habían desaparecido. Y supo que nunca volverían. Y esto acaba de ocurrir, hoy 23 de junio, y en este momento en la ciudad de Córdoba se elevan plegarias por las almas de los espectadores de esta primera Obra que han hecho posible este milagro. Malena, Madroca, Escarcha, Musaraña, Monin, Abedul, Lourdes, Nati, Desbrozador de Fantasías, Jauroles, Sakkarah, y todos aquellos que pasan por esta ciudad. Para que puedan despojarse de los ropajes que los dividen y descubran, junto a Córdoba, que son uno y el mismo ser.
Fue en ese período en el que se gestó este blog, concebido por Viñuela como una obra alquímica en honor de Thoth, el dios de la escritura. Solve et coagula. Disuelve a Córdoba en todas las mujeres que la habitan, y reintégralas de nuevo en una unidad. Una, y otra, y otra vez.
Y así, aún con el recuerdo de la unidad en su corazón, al salir de esta primera Obra, Albaida se sentó a su ordenador y escribió. Escribió de pragmatismo. Y escribió palabras y palabras de su nueva novela. Y después de dos horas trabajando descubrió tranquilamente sorprendida que el bloqueo, que el miedo, que el terror que la paralizaban, habían desaparecido. Y supo que nunca volverían. Y esto acaba de ocurrir, hoy 23 de junio, y en este momento en la ciudad de Córdoba se elevan plegarias por las almas de los espectadores de esta primera Obra que han hecho posible este milagro. Malena, Madroca, Escarcha, Musaraña, Monin, Abedul, Lourdes, Nati, Desbrozador de Fantasías, Jauroles, Sakkarah, y todos aquellos que pasan por esta ciudad. Para que puedan despojarse de los ropajes que los dividen y descubran, junto a Córdoba, que son uno y el mismo ser.