martes, 29 de diciembre de 2009

A ver si escribo

Existen varias cosas en la vida que merece la pena hacer, pero para cada uno de nosotros esas cosas no son siempre, ni de lejos, las mismas.
En mi caso lo de escribir es de las cosas que el mundo se perdería si yo no hiciera. Pero soy vaga. No es que no tenga oficio, me gané la vida escribiendo algún tiempo, y de hecho mi trabajo actual es de escriba, aunque a la antigua. (Cuando yo digo "a la antigua" no hablo de los tiempos de maricastaña, sino del Antiguo Egipto, es decir, muy, muy a la antigua)
El caso es que me gustaría contar mi vida. Ya saben, aquello de nací, crecí, me casé, bueno, no me casé, me morí, (casi), me enamoré, (ese capítulo serán una docena o tres, yo qué sé), coqueteé con las fuerzas oscuras, oposité, que aunque viene a ser lo mismo no es igual, busqué la piedra filosofal y en el camino fui dejando piedrecitas de colores que fueron engullidas por una avestruz que pasaba por allí. Además de aprender a leer los arcanos y los signos de tráfico, comprendí que el universo tiene un mensaje que darnos, pero el cartero suele tener muchos días de asuntos propios y es difícil estar en casa cuando le da por trabajar, así que mirando el remite del acuse de recibo...
En fin, estoy divagando. Emularé a mi querido Dickens.
Erase una vez (esa es Enid Blyton, pero es tan bonito...)
Buf, me aburro... La culpa es de mi madre, que en cuanto escribí el primer cuento me quería convertir en una nueva niña prodigio del espectáculo "literario", pero no le salió. Los cuentos que yo escribía se perdían, e incluso ella misma los vendía sin darse cuenta porque los había guardado en una carpeta nueva que era hábilmente entregada a una clienta que, diría, Apúntamelo, Lola, que el mes que viene te pago. Pero Paca, que ya me debes 50 duros. Así no le compro yo los zapatos a mi niña, que los tiene rotos. Mira, enséñaselos, Córdoba. Y me quitaba el zapato y le enseñaba a la señora el precioso agujero de la suela. Esto se repetía ante los que venían a embargar cosas también. Ahora comprendo por qué tardó tanto en comprarme unos zapatos nuevos. Eran más rentables así. Yo representaba la Estampa de la Desgracia, con mayúsculas. Fueron mis primeros "pasos" en el teatro. El caso es que nunca llegué a los doce cuentos que exigía la editorial para publicar mi primer libro. Y los deseos de mi madre quedaron en saco roto.
En fin, a ver si mañana escribo... y os cuento eso de mi nacimiento.

1 comentario:

  1. Las madres siempre son hábiles... Y por cierto, tú sí que escribes gracioso y divagas y todo. Yo sólo tengo un montón de acontecimientos casi inconexos en mi cabeza. Adelante y ya sabes... a ver si escribes¡¡¡

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