miércoles, 23 de junio de 2010

Paraiso II

Suspendida en medio de ese espacio sin espacio. Ese vacío repleto de lo que todavía no es. Ese lugar donde las palabras aún no han sido dichas pero permanecen llenas del significado que desaparecerá cuando mueran. Suspendida en ese lugar se encuentra Córdoba. Córdoba, una y sola. Una a una, todas las mujeres que la componen fueron entrando en ese lugar. Cada una de ellas fue dejando por el camino sus vestiduras. Los zapatos quedaron quietos como juguetes rotos. El peinado se deshizo y los colgantes penden ahora de ramas inexistentes. Los relojes parados en extrañas horas, apenas saben de qué estan hechos en un lugar donde todo el tiempo, toda la realidad, permanece en la tensión previa a la expansión. Una a una, todas las mujeres perdieron las características que las diferenciaban. Aunque Albaida lloró cuando olvidó la escritura y Magdalena se sintió insegura cuando notó que su respiración era perfectamente regular, Fidiana, como Arenal y Viñuela, eran perfectamente conscientes de que habían llegado. No hablaré de las otras mujeres, no por el momento, pero despojadas de sus abalorios y distinciones, las doce, cogidas de la mano en un círculo eterno, se miraron las unas a las otras, y descubrieron que siempre habían sido una y la misma. Y esa percepción lo cambió todo. En ese momento Córdoba tomó conciencia de sí misma. Supo quien era y por qué estaba aquí. Y durante un momento eterno conoció de su propia divinidad y experimentó su inmortalidad. Con lágrimas en los ojos, muestra de una pasión que la atravesó como una serpiente y la envolvió en un éxtasis que no soy capaz de transmitir, esta mujer que es una ciudad que es una diosa, se comprometió en su corazón a trabajar por la manifestación de la Gran Obra en el mundo, aunque ahora sabía el precio. Rendida ante su propia divinidad, aceptó una vez más la cruz de la separación, y una a una todas las mujeres retomaron sus antiguas características y salieron por la puerta, de nuevo  abierta a una ciudad que volvió al lugar donde había estado como si nunca hubiera desaparecido. Nada parecía haber cambiado. Cabizbajas por la pérdida, pero con un brillo extraño en la mirada, cada una volvió a sus ocupaciones. Curiosamente, no fue Fidiana, sino Albaida, la última en abandonar ese lugar. No quería volver. Arrastrando los pies se sometió al destino que no deseaba, y regresó despacito, reticente, incapaz de afrontar lo que tenía que hacer. Albaida era escritora, pero no escribía. Y cuando lo hacía sentía que cada una de las palabras le costaba sangre y lágrimas. Sólo una vez, cuando escribió su primer cuento, lo había hecho con ligereza, con la inconsciencia de los creadores. Pero ese cuento generó tantas expectativas a su alrededor que tuvo un efecto absolutamente contrario. A veces esto pasa cuando un escritor tiene muchísimo éxito en su primera novela. Pero Albaida, además, era una niña. Realmente, no sabía cómo lo había escrito. Sencillamente, se puso a escribir y salió. Y como era un misterio, aquella niña de 9 años quiso entender, quiso comprender cómo lo había hecho. Y la ligereza, que sólo duró un instante, se perdió. Cada nuevo cuento, cada nuevo escrito, cada nuevo ensayo, era un terror continuo y constante. Se quedaba acurrucada en su cama, con un profundo dolor en el pecho y un profundo nerviosismo. Tenía tanto miedo que no podía moverse. La única manera que encontró de desbloquearse fue hacer cosas que no le importaban, o escribir en periódicos cosas que no consideraba importantes. Cosas que no tocaban su corazón. Aún así, pasaba largos días aterrorizada antes de escribir cualquier pequeña cosa. Y así pasó su vida, sin llegar nunca a publicar más allá de unos pocos libros para niños durante un par de años, desapareciendo después del mapa. Lo que escribía no le importaba demasiado, así que para qué continuar. Y lo que realmente su alma clamaba por expresar era incapaz de escribirlo. Así que... dejó de escribir. Hasta que no pudo más.
Fue en ese período en el que se gestó este blog, concebido por Viñuela como una obra alquímica en honor de Thoth, el dios de la escritura. Solve et coagula. Disuelve a Córdoba en todas las mujeres que la habitan, y reintégralas de nuevo en una unidad. Una, y otra, y otra vez.

Y así, aún con el recuerdo de la unidad en su corazón, al salir de esta primera Obra, Albaida se sentó a su ordenador y escribió. Escribió de pragmatismo. Y escribió palabras y palabras de su nueva novela. Y después de dos horas trabajando descubrió tranquilamente sorprendida que el bloqueo, que el miedo, que el terror que la paralizaban, habían desaparecido. Y supo que nunca volverían. Y esto acaba de ocurrir, hoy 23 de junio, y en este momento en la ciudad de Córdoba se elevan plegarias por las almas de los espectadores de esta primera Obra que han hecho posible este milagro. Malena, Madroca, Escarcha, Musaraña, Monin, Abedul, Lourdes, Nati, Desbrozador de Fantasías, Jauroles, Sakkarah, y todos aquellos que pasan por esta ciudad. Para que puedan despojarse de los ropajes que los dividen y descubran, junto a Córdoba, que son uno y el mismo ser.

sábado, 19 de junio de 2010

El cuadro

Resumen y propósito:
Todo comenzó en El Blog de Nati hace unos meses. Nati propuso un cuento con final abierto para que los lectores del blog lo terminaran. Los ágiles dedos de Albaida se movieron sobre el teclado para completarlo en nombre de toda Córdoba. Después de aquello Abedul, una tierna adolescente en el cuerpo de una venerable profesora, le propuso hacer algo juntas. Y lo hicieron. De hecho lo están haciendo. Abedul inició un cuento abierto en su Blog en esta dirección. Abierto a los que quisieran colaborar en su escritura. Albaida se sintió conmovida por la historia de una niña sin nombre que descubría un retrato de una joven dama en el trastero de su casa. Una historia de antiguos secretos a medias ocultos por el tiempo y una sábana polvorienta. La descripción de Nati de ese descubrimiento tenía una vividez que evocaba el olor del polvo y hacía maravillarse ante el colorido de lo encontrado en el diario. Nati nos descubrió algo que ya sospechábamos. El cuadro era de la bisabuela de Elisa, que se llamaba igual que la niña. Y las hojas del diario hablaban de un amor secreto. Paki, en su contribución al cuento, contó cómo Elisa salió como una exhalación del desván en busca de respuestas. Pero no fue fácil. La madre, reticente, le pidió que lo olvidara. Así que tuvo que ir en busca de la abuela. Como Paki sabía muy bien, había sido el bisabuelo quien quiso quemar el cuadro, y la bisabuela lo había ocultado celosamente para salvarlo de la destrucción. Con todos estos datos, Albaida se tumbó en la cama de su habitación e intentó descubrir, al igual que Elisa, qué había pasado para que la furia de un hombre decidiera quemar el cuadro de su esposa y por qué ella se había negado. No tuvo que esperar mucho. En su oscura habitación pudo ver con claridad cómo Elisa descubrió al fin lo que había pasado.


Continuación:

Cuando Elisa estaba escuchando la explicación de su abuela, la puerta se abrió y entró su madre. Su mirada severa fue de la abuela a la niña. Sabía de qué estaban hablando y no lo aprobaba. La abuela se encaró con la madre.
-Se lo estoy contando. Si ha sido capaz de abrir cajones y buscar respuestas, seguro que es capaz de entenderlo. Forma parte de su herencia, hija.
-No, madre. Aún no. Es demasiado pequeña. No creo que pueda entenderlo.
Elisa, que era  una niña decidida y además había visto telenovelas de amores y desamores desde la cuna, decidió intervenir.
-Pero mamá, si no pasa nada. Si la abuela tenía un amante, mejor para ella, ¿no?
Estas palabras, dichas por una niña de seis años, parecieron tan impropias que la madre y la abuela, se echaron a reír al mismo tiempo mientras la miraban con ternura.
-Ay, mi niña. -pudo decir la madre cuando se le pasó la risa-. No se trata de eso, cielo. Pero supongo que si te has imaginado algo así, es hora de que sepas la verdad.
La abuela asintió con esa mirada de "ya te lo decía yo", y las tres generaciones se sentaron en un círculo. Elisa con los ojos muy abiertos porque, al fin, se iba a descubrir el misterio.
-Tu bisabuelo -empezó la abuela-, fue siempre un hombre de acción. Decidió dedicarse a la política y consiguió todo lo que pudo. Llego a ser parte del gobierno de la nación y si no llegó a presidente no fue porque no lo intentara. Él siempre decía que la única vida que merece la pena vivir es aquella vida que está guiada por la pasión. Y su pasión eran la política y tu madre. Cuando la conoció ella era una joven muy hermosa y con una mirada triste que lo encandiló desde el principio. Elisa había amado antes de conocerle. El diario que has descubierto habla de sus encuentros. Era un joven pintor y la conoció mientras pintaba ese retrato. Pero aunque muy hábil, no tenía dinero ni era de buena familia. Por eso la abandonó. Su amor secreto la dejó para ir a buscar fortuna y le prometió que volvería a buscarla cuando fuera un hombre digno de ella.
-¿Y qué pasó? -preguntó la niña, mientras se comía una mandarina. Se sentía cómo si estuviera en el teatro, escuchando un enorme cuento.
-Pasó lo que tenía que pasar, que Elisa se cansó de esperar y se casó con tu padre, que tenía dinero, posición, y la trató como a una reina.
-¿Y entonces, por qué se enfadó el abuelo?
-Verás, años después la abuela enfermó. Pensó que iba a morir, y asustada por la salvación de su alma le confesó a tu abuelo que su primer amor había vuelto a buscarla cuando ya ella estaba casada y estaba embarazada de mí. El pintor le prometió que la cuidaría, que amaría a la niña que llevaba en su vientre como si fuera suya. Le pidió que abandonara a tu padre y se fuera con él. Elisa, ardiendo de pasión por él, pasó largas horas deseando hacerlo, deseando irse con él, pero no pudo. Tuvo miedo de las consecuencias y abandonó su idea. Pero en el fondo de su corazón, aunque quería a tu bisabuelo, siempre siguió llorando por no poder estar con su amado.
-Entonces el bisabuelo se enfadó porque ella no lo quería.
-Te equivocas -intervino su madre mientras cogía a Elisa en brazos y la abrazaba con cariño. Cuando tu bisabuela se puso buena, el bisabuelo se fue directamente hacia el cuadro dispuesto a lanzarlo al fuego. Esto me lo ha contado la cocinera, que intentó evitarlo. Elisa
-Elisa, entiéndeme bien.-y puso sus fuertes manos en sus hombros- No te considero responsable de tu pasión, mi querida Elisa. No somos nosotros quienes elegimos nuestras pasiones, pero sí somos responsables de seguirlas. Ese cuadro debe ser quemado porque me recuerda que mi mujer fue lo suficientemente cobarde como para dejar que la Pasión se escapara de su vida por una serie de estúpidas convenciones sociales. Mi querida Elisa, cuál es la herencia que quieres dejarles a tus hijos. ¿Quieres que maten el fuego de sus corazones?
La niña, con los ojos muy abiertos, sintió una emoción en su pequeño cuerpo que no entendía del todo. Como si le estuvieran hablando de algo importante que no alcanzaba a comprender del todo.
-Elisa -siguió la abuela-, tu bisabuela, miró a su marido a los ojos y lo besó en la frente. Luego dio instrucciones a la servidumbre para que no quemaran el cuadro y vino a verme. Me contó toda la historia y me pidió que conservara el cuadro, para que nadie en nuestra familia olvidara nunca lo que tu abuelo le había regalado aquel día. Después se marchó. -Una lágrima se asomó en los ojos marchitos de la anciana-. Encontró a su pintor y vivió con él largos años. Y, lo que es más extraño, a partir de aquel momento, siempre que tu bisabuelo hablaba de ella, lo hacía con orgullo.
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jueves, 10 de junio de 2010

Paraíso

Existe un tipo de misticismo que no está asociado a ninguna religión, a ningún credo, a ningún marco de pensamiento. Los que lo tienen vienen con esa mirada perdida, con ese aspecto frágil de estar en algún otro lugar, de no ver las mismas cosas que el resto de los mortales. Tímidos y encogidos en sí mismos, a veces aparecen con una mirada triste por la pérdida o la añoranza de algo que no recuerdan haber tenido nunca, pero sin lo que no pueden apenas respirar. Así era Fidiana, y esa añoranza amenazaba a veces cualquier empresa que pudiera hacer en esta tierra. Cada nuevo comienzo, después de un impulso primario, se deshacía entre sus manos como un trozo de polvo y nada. Algunas veces lloraba, desesperada, pidiendo despertar de esta pesadilla de separación, de este sueño inacabable que termina en nada. Gritaba y rezaba a cualquier dios que se le pusiera por delante. Y a fuerza de llamar a puertas que no existían, un día encontró una que se abría. Y entró. Toda Córdoba quedó en silencio durante ese acto. Todas los comercios se cerraron. Las gentes se marcharon a casa. El mundo entero pendiente del hilo que Fidiana había abierto. Una puerta a un lugar desconocido, donde habitan los dioses.Albaida, consciente de la importancia del evento, sin hacer ruido, se deslizó sigilosamente hasta la puerta, que había quedado abierta tras la mística figura. Durante un momento dudó. Las tinieblas amenazaban con tragarse a quien entrara, pero el ruido de unos fuertes pasos la decidieron. Cuando Arenal llegó, encontró una pluma en la puerta. La recogió con toda la reverencia de una maga entrenada en el ritual y se postró, pronunciando las palabras de alabanza a lo que la esperaba en su interior. Sentada ahora, dejó que la potencia del vacío que la esperaba penetrara en ella y se convirtió en un canal de llamada para el resto de mujeres de la ciudad. Reina siguió el resplandor la estrella que repentinamente brilló sobre la puerta, dejando abandonado su astrolabio en un complicado cálculo. Una a una, todas ellas fueron bendecidas por Arenal y se precipitaron en el vacío a través de la puerta. La única que no atravesó la puerta fue Rosa. Ella siempre había estado dentro. La última fue Viñuela, que llegó corriendo con unas gotas de rocío recogido en primavera, necesarias para lo que se avecinaba. Cuando la vio llegar, sudando por la carrera y el calor del horno en el que se pasaba las noches trabajando, Arenal se levantó y se inclinó ante Viñuela, dejando que fuera la alquimista quien la bendijera. Se miraron a los ojos y entraron, cogidas de la mano. La puerta desapareció tras ellas, y con ella la ciudad entera, tragada como una brizna de hierba. 
Silencio.

Imagen tomada de: http://www.ua.es/secretaria.gral/va/memoria/1998_99/x_1_1_10.htm
Por Francisco de Asis Giménez Rocamora

martes, 8 de junio de 2010

Magdalena en el castillo

A veces nada de lo que nos rodea parece real. A veces la realidad queda atrapada en cuentos e historias. Cuando la ciudad de Córdoba, en bloque, se mudó a la Bretaña, a la grande, se invirtieron todos los fondos de la ciudad en el barrio de Noreña. La filosofía se convirtió en la mayor fuente de alegría y vitalidad de toda la zona. Los bardos cantaban alabanzas a los intentos de fundamentación de la realidad y las discusiones filosóficas sustituyeron a los canciones en todas las esquinas. Pero no todos reían y se felicitaban, además en inglés. Algunos se sentían excluidos, malpagados y esclavizados, en esa repentina furia filosófica extranjera que amenazaba con acabar con la imaginación en todo el territorio.
La culpa fue de Magdalena, se puso enferma, cómo no. Y desde su barrio se extendió una pestilencia, una sombra amenazante que fue quitando alegría y vitalidad al resto de la ciudad. Incluso Noreña se sintió amenazada, en su pequeño pedestal filosófico, intentando defenderse. Para acallar los lamentos, se decidió que se proyectaría una película, a ver si los habitantes dejaban de quejarse y evitaban que la pena de Magdalena se extendiera a todos los estamentos de la ciudad.
No se sabe quién eligió la película, pero sospechamos que fue Rosa, que desde su flor de loto en el centro del la ciudad, en el estanque situado frente al ayuntamiento, inspiró con su divinidad a todos los durmientes.
La película elegida fue "Donde viven los monstruos".

Nadie imaginaba el efecto que esta proyección tendría en sus barrios y habitantes. La pena de Magdalena se acrecentó, y los lamentos se escucharon más allá del atlántico y llegaron hasta el Mediterraneo.
Pero incluso el dolor más grande no dura, y por motivos ahora inexpresables, Albaida decidió volver a escribir, escribir un cuento que expresara lo que hasta ahora no se había atrevido a poner en palabras. El oscuro pozo de odio que se escondía bajo las calles de la aparentemente próspera y feliz ciudad, Córboda.
Y le puso nombre: "Magdalena en el castillo"