domingo, 29 de agosto de 2010

Subida al Monte Carmelo VII

En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.



¿Cómo leer a De la Cruz? Ésa es la gran pregunta. Podemos acercarnos desde la filología, intentando entender el significado de los términos en su época, su cultura, su mundo.

Podemos acercarnos desde la filosofía e intentar entender los significados de los símbolos.

Podemos, también, acercarnos a su poesía desde el puro gozo estético, e interpretarlos y disfrutarlos.

Pero no es éste el método que vamos a utilizar aquí. En la ciudad de Córdoba, todos sus habitantes intentan comprender, con la ayuda del espíritu, qué dicen sus canciones.

También lo hizo Juan en su momento. Escribió sus poemas como parte de una inspiración mayor, y luego interpretó su significado desde sus conocimientos como monje católico, y desde su experiencia como místico.

Ése es el camino que vamos a seguir. Yo voy a hacerlo, y espero de aquellos que quieran hacer este camino que hagan lo mismo.

Pensar qué nos dice, utilizando métodos de interpretación simbólicos, asociaciones libres, qué nos inspiran, a qué nos recuerdan, cada uno de los símbolos que aparecen. Qué sensaciones aparecen en nuestro cuerpo, con qué asociamos cada una de las imágenes. Dónde las hemos vivido y experimentado.

Mascar cada palabra en la boca. Por ejemplo, tomemos la primera frase, una noche oscura. ¿Qué asociaciones vienen a tu mente? Te contaré las que vienen a la nuestra. Memorias de momentos de soledad y de un profundo dolor en unas épocas de mi vida. Por otro lado el gozo de salir a la calle y caminar bajo la luna llena, sintiéndome el centro de todo, acompañada y arropada por la noche, en otros momentos de mi existencia.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Subida del Monte Carmelo VI

Cierra los ojos, sentada en tu silla, con las palmas de las manos hacia abajo, cómodamente apoyadas en tus piernas. La espalda recta. Respira suavemente y relaja tus músculos. Visualízate a ti misma ascendiendo por el sendero que se dirige al monte Carmelo. Estamos todas. Yo voy delante, con un farol tenue que sostengo entre mis manos. No puedes ver mi rostro, porque está tapado por la capucha del hábito de monje. Pero me conoces. Me has conocido siempre. Ahora pon la canción:



O vos omnes qui transitis per viam,
attendite et videte: si est dolor similis sicut dolor meus.
Attendite universi populi,
et videte dolorem meum:
si est dolor similis sicut dolor meus.

(Oh, todos vosotros que pasais por el camino prestad atención y mirad
si hay un dolor semejante a mi dolor.
Prestad atención, pueblos del Universo,
y mirad mi dolor, si hay un dolor semejante a mi dolor)(Lm. 1,12)



miércoles, 11 de agosto de 2010

Subida del Monte Carmelo V

La noche, esa noche oscura que se ha apoderado de esta ciudad, prende en cada uno de sus habitantes. Se siente sofocante y pegajosa, como una mancha de aceite. No es necesario leer a Juan de la Cruz para saber lo que le está pasando.

Noreña se juzga a sí misma muy duramente. Ve cómo otros y otras filósofas ascienden por la carrera universitaria con temas extraños que ella domina, pero que aún no ha puesto en palabras. Y sabe que no va a hacerlo por el momento. No le basta su voluntad. Su cuerpo tiene que colaborar, y no lo hace. Prefiere teclear sobre la noche oscura, entrar en un sendero de desnudez, alejarse de cualquier cosa comúnmente deseada. Pero Noreña lo hace sin comprender, aunque sepa, por qué es tan importante esto en lugar de otras cosas. Puede verbalizarlo, las palabras se le dan bien, pero no lo siente en su corazón. El corazón de Noreña es ambicioso, pero sus acciones no la acompañan. Se siente errática y dispersa y no la ayudan las palabras de Fidiana, quien susurra con voz suave que debe aceptar su naturaleza, que todo está bien, que éste es el camino que debe transitar, que no hay nada que pueda hacer excepto dejarse llevar. Pero Noreña, a veces, nota cómo las lágrimas se escapan de sus ojos ante la frustración. Tantas veces ha tocado el éxito social, estando en la vanguardia de temas que con el tiempo se han convertido en asuntos que dan dinero, prestigio, etc. Y una y otra vez su cuerpo dice no. Se retira y deja que otros que iniciaron el camino con ella continúen adelante. Y a menudo se siente encerrada, atada, amordazada en una vida oscura, la única que puede llevar a esa noche terrible, a esa desnudez del alma que está intentando alcanzar no sabe muy bien por qué. Es el peso de su alma que quiere bucear en aguas profundas y oscuras, terribles simas que se manifiestan como montes a los que ascender.

De cualquier modo, su vida nunca será fácil.

Noreña entiende perfectamente a los confesores de los que habla el santo Juan, esos confesores que en lugar de guiar a las almas por esa noche oscura, les dicen que vuelvan sobre sus pasos, que examinen su vida a ver qué han hecho mal, que las lían y las confunden y las hacen sentirse todavía peor por haber acabado donde lo han hecho. Los entiende porque ella se hace eso a sí misma a menudo. 
Pero con el tiempo esas voces de culpa, de condena, se han ido aminorando, y aunque a veces grite, se resista e intente por todos los medios seguir un camino razonable, las más de las veces se deja llevar y se pone en manos de Lo que Hay, de Lo que Es. Como ahora, escribiendo este texto. Otras voces en su interior han aprendido a hacer lo que dice Juan, aún antes de leerlo. Han aprendido a apoyarla en esos momentos difíciles. A decirle que todo está bien, que lo único que puede hacer es aceptar esta oscuridad y esperar, porque nada de lo que haga la sacará de ahí, hasta que dios quiera, hasta que llegue el momento, hasta que sea su hora. Antes bien, cualquier intento de arreglarlo por medios propios puede, en realidad, empeorar el asunto. 
Y del mismo modo que entonces los confesores acusaban a la persona que pasaba por este infierno de haber acabado ahí por sus pecados, hoy las personas que te quieren te miran con reproche e intentan arreglarte la vida diciéndote lo que has hecho mal, como si hubieras tenido opción. Los profesionales de la salud te reprochan no tener voluntad para salir de donde estás, te imponen horarios y actividades y te dan drogas, retrasando el proceso. Y mientras tanto, la oscuridad se hace más densa y terrible, más seca, te impide respirar, te deja muerto en vida, y cada reproche es como un cuchillo clavado en el corazón, los que te hacen los demás y los que tú te haces.

Y eso, piensa Fidiana, que aún no hemos terminado de leer el prólogo. Veremos qué pasa cuando empecemos con las canciones.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Subida del Monte Carmelo IV

Con el permiso de los visitantes, los seres que habitan Córdoba hablarán, mientras dure la ascensión, con una sola voz. Tu voz.

Juan afirma que Dios nos lleva de la mano, y que en realidad su libro es sólo una guía para  no oponernos al río divino que nos empuja hacia la unión. Esto significa que todo lo que nos ocurre, de alguna manera, tiene un sentido que proviene de lo más excelso de nosotros, de lo más elevado de la vida.

Por qué algunas personas tienen que soportar esa senda oscura y seca que describe Juan es, para mí, un completo misterio. Decía William James que, referente a la fe, existían dos tipos de personas. Las nacidas una vez, que eran amigas del pensamiento positivo y sostenían una fe gozosa y alegre en la que todos sus deseos se cumplirían tarde o temprano, eran inocentes y luminosas.
Las otras, las nacidas dos veces, no pueden sostenerse por esa inocencia hermosa y primera. Conocen la muerte, conocen la oscuridad, y pasan agonías sin cuento. Leon Tolstoi fue una de estas personas, y en sus confesiones narra una terrible historia sobre su estado de pérdida de sentido. Su confrontación con la futilidad de la existencia. Para los nacidos una vez, aquellos que tienen que nacer dos veces son absolutamente incomprensibles. Los culpan de sus desgracias porque no pueden entender cómo en un universo ordenado y armónico pueden sufrir tanto. Algo habrán hecho, piensan esas personas sensibles y aparentemente justas. Juan y Teresa tuvieron que soportar confesores que los culpaban por estar sufriendo en aquella sequedad del alma. Personas con una fe gozosa que no entendían por qué sentían ese dolor tan profundo en el alma, esa falta de sentido en medio de una fe tremenda. Los dos místicos españoles fueron duramente criticados y perseguidos, a Teresa le quitaban sus escritos por no corresponder con la doctrina de la Iglesia. Juan fue encarcelado externamente cuando su alma se debatía en este oscuro pozo de agonía, y sus intentos de reforma encontraron una oposición feroz. 
Pero logró escapar.
Logró deslizarse de su cárcel con la ayuda de unas sábanas atadas, y este libro habla de esa huida. Porque no sólo huyó de la cárcel física, sino también de la cárcel del alma, de las dudas acerca de si sería culpable, del terrible dolor de pensar que la oscuridad era más fuerte que su fe, de aquellos que le decían que se equivocaba, que aprovechaban su debilidad para gritarle a la cara que había errado el camino, que no era Dios sino el demonio quien hablaba por él, que se estaba alejando del paraíso. 

Pero Juan sabía que no tenía elección. Sabía que había hecho todo lo que estaba en su mano para acercarse a Dios y que a pesar de todo, había llegado a esa oscuridad interna, a esa sequedad del alma donde parecía naufragar, y realizó el acto de fe más duro. Aceptar que eso era lo que Dios le había entregado, y que por tanto no debía rechazarlo. Y ese acto de aceptación fue el principio de algo que sólo ahora empezamos a comprender. De este modo, la noche que era su enemiga, se convirtió en su aliada.

En su época, muchos pensaban que si uno sufría, era castigo de Dios. Algo habría hecho. Y juzgaban duramente a las víctimas. No hemos cambiado nada. Aún se oyen voces que afirman que nuestras enfermedades son por nuestra culpa, por no estar equilibrados. Que nuestras desgracias las hemos atraído nosotros por no pensar positivamente. Que somos culpables de no poder levantarnos por no tener voluntad. Que nuestra vida está desecha porque queremos. 

Y se atreven a mirarnos por encima del hombro, y a juzgarnos. Como si alguien que no haya mirado a la muerte cara a cara, que no haya intentado curarse por todos los medios, que no se haya horrorizado de lo que es capaz de hacer, que no sea capaz de percibir a los demonios que campan fuera de los lugares seguros, tuviera la más remota idea de la vida que nos ha tocado vivir, pudiera comprender que hemos llegado hasta donde hemos podido y que nadie, siendo lo que somos, podría haberlo hecho mejor.

Juan lo entiende, lo sabe, lo ha vivido. Y viene a decirnos que ésa, también, es la mano de la divinidad que nos guía. Que ése es el camino que nos ha tocado, y que de nada sirve negarse a caminar. No hay otro lugar donde ir. No podemos dejar de ser. No podemos ser otros.

Pero hay un sentido, y si aprendemos a seguir el camino, por muy duro que sea, lo encontraremos.