miércoles, 31 de marzo de 2010

Pequeños detalles.

Suponemos que Noreña está, justo en el momento en que esta entrada se publica en el blog, cogiendo un avión. Lo suponemos porque muchas cosas pueden aún pasar entre que Albaida escribe esta entrada y Noreña llega al avión.

Hace una semana estaba claro que iría. Luego se puso enferma y estuvo convaleciente varios días. Temió no poder llegar. Ahora está mejor y, parece, ha conseguido coger el avión. Gracias a Azahara, ha podido arreglar los pequeños detalles. Cosas como dónde dejar el coche durante los tres meses que estará fuera. Podría habérselo llevado pero teme acostumbrarse a conducir por la izquierda y luego... tener un problema cuando se confíe. Pequeños detalles como dar de baja la ADSL temporalmente, ponerle la primera dosis de la nueva caja de la vacuna a Magdalena a ver si se cura del asma de una vez. Esa es buena, la de la vacuna. Después de varias opciones  ha decidido dejarla en la maleta grande, facturarla, para evitar que le impidan llevar el hielo para mantenerla en frío por aquello de los controles del aeropuerto.
Aparte de las pequeñas gestiones en su trabajo. Pedir tiempo sin sueldo, comunicárselo a todos los que deben saberlo, hacer la matrícula por correo e internet, gestionando cada pequeño detalle. La beca que no sabe si cobrará hasta después de haberse gastado el viaje. Pequeños detalles.
Pero, si todo ha salido bien, a esta hora Noreña está tomando un avión. Va con una noche de hotel reservada. Más allá de eso no sabe dónde vivirá. Pero algo le dice que no necesita dos noches, que hay una habitación en algún lado esperándola. Intentó encontrarla por Internet, pero era imposible. Muchas páginas con ofertas, pero tenías que registrarte, pagar, antes de saber si alguna te venía bien o estaba disponible. Y para qué, para que la alquilen antes de que pueda verla. Tendrá que elegir cuando esté allí, cuando husmee el ambiente.
Mientras esté fuera no sabe cómo estarán las conexiones inalámbricas. No se imagina una ciudad universitaria sin Internet, y mucho menos un piso de estudiantes, pero no sabe hasta qué punto estará cansada para aparecer por su blog, así que deja que Albaida ponga un aviso:

AVISO PARA NAVEGANTES. ESPERO VOLVER POR AQUÍ EN UN PAR DE DÍAS PERO, POR SI ACASO, NO ESPEREN LEVANTADOS. MIENTRAS TANTO...

DISCULPEN POR LAS MOLESTIAS OCASIONADAS

domingo, 28 de marzo de 2010

Sueños febriles, una llave y 1001.


Albaida intenta dormir pero no se encuentra bien. Tiene un dolor agudo en el vientre y un poco de fiebre. No sabe qué le pasa y se remueve, inquieta, bajo el edredón nórdico. Los minutos pasan, despacio, pero el sueño no llega. Tiene que trabajar al día siguiente pero no puede descansar. Mira el reloj, las doce y media. No pasa el tiempo o pasa demasiado rápido. Piensa que debería tomar algo, pero está cansada para levantarse. Se da media vuelta y se encoge sobre sí misma. Le duele. Los minutos pasan. Entra en un estado de duermevela y, de pronto, despierta. Vuelve a mirar el reloj. La una. Y siente una oleada de gratitud en su piel. Se levanta antes de pensarlo siquiera y recoge el portátil. Con él encendiéndose se mete en la cama, con la luz apagada, y lo enciende. Hay algo para ella. Mira en su blog, el blog en el que comenzó a escribir hace unos meses, donde volvió a vivir después de años sin escribir ni publicar. No hay ningún comentario nuevo. Se extraña. Tenía la sensación de que había algo para ella. Entonces lo ve. Ve un nuevo post de Escarcha y lo sigue, buceando en el mar de las conexiones inalámbricas, hasta el blog.

http://elblogdeescarcha.blogspot.com/2010/03/la-llave.html

Una lágrima se escapa de sus ojos. Albaida se emociona con facilidad. Recoge su regalo y cierra el ordenador. Vuelve a la cama. Entra en una duermevela. El dolor sigue ahí, pero atenuado por la emoción extraña.

Noreña ha alquilado, al fin, un apartamento en Inglaterra. Está colocando sus cosas cuando una llave se introduce en la cerradura. Ella grita, éste es mi apartamento, lo he alquilado. Piensa que quizá sea el de la inmobiliaria. Es una pareja mayor. La miran y protestan. Este apartamento es nuestro. No queríamos alquilarlo. Queríamos venderlo. Ha debido haber un error en la inmobiliaria. Pero ahora, protesta Noreña, es mío. Tengo un contrato. Fuera de mi casa. Y les cierra la puerta en las narices. Pero ya no está tranquila.


Despierta, da una vuelta en la cama, el dolor es más agudo. Está sudando. No tiene tiempo de mirar el reloj antes de volver a quedarse dormida.

La cerradura se vuelve a mover. Esta vez es un chico joven. El hijo de los dueños. Está agresivo y la ataca. Noreña lucha, pelea. Se esconde y logra golpearle. Ese muchacho va a por ella. Es un obstáculo para él que hay que eliminar. Pero Noreña consigue echarlo fuera y cerrar la puerta. Es en ese momento cuando descubre que la puerta tiene otra cerradura que estaba escondida. Una cerradura que necesita una llave antigua. Extrañamente, en la llave está escrita la palabra Felicidad y tiene un cartelito de tonos rosados. Noreña introduce la llave en la otra cerradura, la gira y la deja puesta. Ahora nadie podrá abrirla.


Albaida duerme tranquila. Su respiración se hace regular y el dolor ya no la molesta. Unos días después volverá a su blog y encontrará 1001 visitas. Se siente profundamente agradecida por todos los que están haciendo posible que ella vuelva a vivir después de tanto tiempo. No imaginaba que esto pudiera ser tan gratificante. Así que dedica este post...

A TODOS VOSOTROS.


Imagen: Escarcha sobre un premio de Meme.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El huevo.

El cuento del huevo que comentaba el otro día Madroca me ha hecho reflexionar. Lo recomiendo si no lo has leído.http://destellosdelunayviento.blogspot.com/2010/03/el-desafio-de-nasrudin.html

Así que arriesgándome a decir una obviedad que resulte ser falsa frente al gran misterio que representa la vida, tengo que responder a la adivinanza

La materia se comprende a sí misma a través de nuestra mirada.

Cada uno de nosotros es un punto único e irrepetible de conciencia.

Este punto de conciencia se proyecta sobre un cuerpo, unas emociones, unos pensamientos, unos acontecimientos y unas relaciones. Todas forman parte de lo que somos, y todas expresan esa perspectiva única que somos.

El conocimiento de nosotros mismos consiste no sólo en conocer lo que pensamos, sino todo lo que generamos en nuestra vida, desde los muebles de nuestra casa a los odios de nuestros peores enemigos.

Cuando afrontamos los abismos que existen entre lo que pensamos sobre nosotros mismos y lo que manifestamos, nos acercamos al gran enigma de nuestra existencia.

Conócete a ti mismo, decía el oráculo de Delfos, y conocerás el universo y a los dioses. Es algo que podemos comprobar.

A Madroca.
Imagen: La sibila de Delfos, de Michellangelo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Siempre la odié.

Siempre odié a Magdalena. Todos la odiábamos. Fíjate en el cuadro, La Niña Enferma, de Munch. La madre se vuelca sobre la cama en un gesto de dolor insoportable, mientras la niña la mira, serena, intentando aparentar una fortaleza que no tiene. Que nunca tendrá.

Siempre odié a Magdalena, por ser tan frágil, por ser tan débil, por ser tan callada y serena. ¿Por qué no gritaba? ¿Por qué no lloraba y demandaba cosas como todos los niños enfermos? ¿Por qué no nos odiaba? Ella permanecía sentada, con la mirada fija en algún lugar perdido, mientras se esforzaba, día tras día, por seguir existiendo. A pesar de los vómitos, del dolor, de su pequeño pecho que subía y bajaba con esfuerzo, intentando aprehender un poco de aire, lo suficiente para seguir aguantando un poco más. Quizá el tiempo necesario para cerrar los ojos y sentir que estaba en un espacio suave y blanco. Esas eran las buenas noches. Las otras, las malas noches, la niña cerraba los ojos y sentía que su cuerpo reposaba sobre un estercolero lleno de latas oxidadas en un ambiente gris y pesado.

Siempre odié a Magdalena, y al hacerlo, me odié a mí misma todos los días de mi vida mientras me esforzaba por expulsar la enfermedad y la muerte de mi casa, de mi vida.

Y nunca, juro que nunca, he amado tanto a nadie como a esa niña frágil y perdida. Lo juro.

miércoles, 17 de marzo de 2010

La verdad

Noreña ha empezado a trabajar en su tesis doctoral. Como filósofa, Noreña tiene dos visiones del mundo. Cuando empezó en la Universidad esperaba conseguir una comprensión de la vida y del universo que anhelaba desde siempre. Nació filósofa, como Arenal nació Maga, o Magdalena Enferma. Son cosas que imprimen carácter, y que una no puede elegir. Es algo que viene de alguna parte inexplicable para aquellos que no lo han sentido nunca. Una forma de mirar las cosas, de darse cuenta de lo que hay debajo, ver las contradicciones e intentar entender de dónde vienen. Es un placer muy profundo, intelectual a la vez que sensorial, que le proporciona descubrir algo, lograr formular un argumento que aporta algo nuevo, contactar a un nivel muy profundo con un pensador que estuvo ahí, donde ella quiere llegar, hace ya tiempo. Noreña ama la filosofía, y sufrió mucho durante la carrera porque sentía que cada uno de los autores modernos, sus propios profesores en los libros de texto, empezaban siempre justificándose e intentando explicar para qué servía la Metafísica, la Filosofía del Lenguaje, la Epistemología, la Filosofía en suma. Como si tuviera que ser justificada. Sentía que todos se habían vuelto locos. ¿Acaso un Biólogo justifica la utilidad de su disciplina? ¿Y un astrónomo? ¿Por qué existía tal vergüenza que hacía gastar páginas y páginas justificando su trémula existencia? Se enfadaba tanto que abandonaba las asignaturas, dejaba la carrera, pero una y otra vez volvía, como una yonqui a la fuente de su sufrimiento y sus problemas, porque no podía vivir sin ella, pero no le daba lo que necesitaba, no le enseñaba lo que ella sabía que debía enseñarle, sólo se disculpaba por seguir existiendo.
Así que tuvo que buscar ayuda, y acercarse tímidamente a los otros lugares que Arenal, Fidiana y Reina le mostraron. Así Noreña repensó la Astrología, caviló sobre la magia y descubrió toda una filosofía inherente a la Mística. Noreña vio con claridad el sistema filosófico que podría llegar a desarrollar, tuvo varias intuiciones que le mostraron con claridad por dónde podía unificar su visión de la existencia con la experiencia que esas disciplinas rechazadas por la modernidad. Y entonces descubrió que todavía no era filósofa, que necesitaba las herramientas de la academia para poder desarrollar aquella visión, y que no tenía tiempo ni estabilidad económica para poder pensar con la claridad necesaria para llegar a entender todo lo que le quedaba por delante. Sí, es verdad que tenía una licenciatura en filosofía, pero no era suficiente. Sólo tenía los conocimientos de una estudiante.
Fue esta y no otra, aunque existan muchas otras razones que parezcan tener sentido en esta ciudad que es Córdoba, la que impulsó a todas las mujeres que la habitan a dejar de ser por un tiempo, a ser empaquetadas en pequeñas cajas en un trastero canario. Azahara tomó el control y organizó su vida. Un trabajo fijo para toda la vida, un horario cómodo y un sueldo a fin de mes. Y así Noreña empezó a crecer tímidamente en un entorno protegido.
 En quince días partirá hacia la pérfida Albión. Adios a las tareas prescritas y organizadas del funcionariado. Azahara dormirá en una caja durante tres meses, y Noreña vivirá entre profesores y catedráticos, investigadora de una disciplina que agoniza, soñando con desarrollar las herramientas necesarias para darle la nueva vida que ya está surgiendo en su seno. Una metafísica de los sueños y los símbolos para todos aquellos que saben que todo esto tiene un sentido. Para que sepan que han llegado a puerto. Al fin.

domingo, 7 de marzo de 2010

Muerte y Final.

El metro avanza a toda velocidad. Arenal observa el final de la vía. Un agujero que lleva a ninguna parte. Todos los pasajeros morirán. Con sumo cuidado recoge unas cuerdas que están sujetas al techo del tren, de forma absurda. Pero Arenal no tiene tiempo para pensar. Las coge y las lanza, intentando agarrarlas con fuerza, utilizando todo su poder para intentar detener el tren con sólo la fuerza de sus brazos. No sabe si lo conseguirá.

Magdalena levanta ligeramente la cabeza. Mira a los pasajeros que la acompañan en este viaje hacia la muerte. Delante hay un señor de unos sesenta años que mira hacia abajo con cara de fastidio, y ocupando el asiento de su lado con una bolsa. Los dos asientos contiguos, justo al lado de la puerta, en diagonal a donde está Magdalena, están ocupados por una joven pareja que va cogida de la mano. No cree que lleguen a los treinta, y tienen ese halo de aquellos que piensan que el mundo no sería un lugar habitable sin el otro. El asiento de su izquierda está vacío, y un poco más allá hay una señora leyendo un libro y una chica muy joven. El vagón se ha quedado casi vacío en la parada anterior, y no queda nadie de pie.

Arenal sostiene con fuerza el vagón. Aunque parezca imposible, empieza a detenerse.

Magdalena piensa. El metro pasa por Diego de León. Allí está el hospital de la Princesa. Si tan sólo alguien la acompañara. Algo despierta en ella, una fuerza que parecía haber huido. Vuelve a dejar caer la cabeza y piensa. Para eso apenas hace falta oxígeno. Aún le queda concentración suficiente. Se imagina que es la joven pareja. Se imagina que piensa los pensamientos de la muchacha y está contenta, y quiere a ese chico, y se fija en la mujer del metro, se fija en Magdalena, la joven que está apoyada sobre la barra. Se parece a una amiga suya, es curioso, parece que se encuentra mal. Su mente salta hacia el chico. Piensa desde la mente del muchacho, siente desde él, y fija su atención. Oh, esa muchacha, la de la esquina, piensa Magdalena que piensa el muchacho, se parece a mi hermana, fíjate, no parece sentirse muy bien, quizá necesite ayuda. No tenemos prisa. Podemos preguntarle.

Arenal, con una fuerza sobrehumana, detiene el metro. La gente sale, asustada pero en buen estado. Los ha salvado.

Una mano se posa en el  hombro de Magdalena. Muy mareada, levanta la cabeza. Allí están, los dos, chico y chica. La joven pareja.
-¿Te encuentras bien? ¿Necesitas ayuda?
Si pudiera, sonreiría, pero Magdalena no tiene fuerzas.
-Sí...-responde con la voz entrecortada, muy baja. El muchacho se acerca más para poder oírla. -Tengo... asma. ¿Podéis... acompañarme? En Diego de Leon. El hospital.
Apoyada en ellos, en ese amor que los hace tan compasivos, Magdalena sale por fin de ese túnel siniestro. Nada más entrar en el hospital la atienden en recepción. La pasan inmediatamente al médico. La pareja se queda fuera. No volverá a verlos. Nunca sabrá quienes son. Enseguida se encuentra rodeada de médicos, enfermeras, mascarilla de oxígeno, le cogen una vía y todo parece muy ruidoso y agitado a su alrededor. Tardan mucho tiempo en calmarse, recuerda palabras entrecortadas, "más adrenalina", "no reacciona". Casi no nota los pinchazos. Su único afán es respirar, pero sigue sin ser una tarea fácil. "La oximetría ha subido", dicen después de un rato de hacer y deshacer a su alrededor, y la dejan allí, tumbada en la camilla. Han conseguido darle algún tiempo más en este planeta.
A ella no se lo dicen, pero acaba enterándose por su hermana. Si hubiera tardado media hora más, la muerte la habría alcanzado. Pero por el momento, a día de hoy, no lo ha conseguido.

A Malena, a esa pareja anónima y a los médicos de urgencias que salvan tantas vidas y a cambio sólo reciben quejas. Porque la magia es real y la muerte sólo un obstáculo más.

viernes, 5 de marzo de 2010

Muerte III

Arenal se queda dormida entre las dos placas de metal. Está tan cansada. El sonido del metro en marcha la despierta. Ve cómo a su lado la pared se mueve a toda velocidad. Las dos placas se juntan cada vez más, si no hace algo, van a aplastarla.

Magdalena está sentada en el vagón del metro. Su respiración es cada vez más inexistente. Si se la auscultara, ni siquiera tendría sibilancias. Sencillamente el aire no llega más allá de la parte superior de su cuerpo. Sus alveolos están encharcados y completamente inflamados. No hay sitio para el aire en su organismo. Ya no. Apenas un ténue hilo que la mantiene pegada a la vida.
Hay muchos tipos de asmáticos. La mayoría, cuando se ahoga, grita, se desespera, hasta el punto de que a veces es difícil distinguir si se están ahogando o tienen un ataque de histeria. Magdalena no es así. Su hermana dice que cuando está enferma parece como si fuera una vela a punto de apagarse, como si se estuviera yendo, sin ruido, resignada. Esta no es una excepción. Está rodeada de gente en el metro de Madrid, pero la energía que necesitaría para pedir ayuda se ha ido con los últimos pasos que la dejaron en ese vagón de metro.

Arenal va a ser aplastada de un momento a otro. Las placas están tan cerca que casi no queda sitio para ella en esa tumba improvisada en la que sin casi darse cuenta ha caído. Pero no está dispuesta a dejarse ir tan fácilmente. Con dificultad saca una mano y se agarra a la manilla de la puerta del metro. Pegada a la puerta asciende por el exterior como una heroína cualquiera de una película. Llega hasta arriba con  un gran salto y se sostiene sobre el vagón que viaja a toda velocidad. Horrorizada, descubre que la vía se acaba. Hay un enorme vacío a unos cuantos cientos de metros. El vagón avanza sin control y, si no hace algo, todos los que van dentro morirán con ella.

El metro avanza,
inexorable.

Imagen: aloriel.no-ip.org/index.php?tag=metro

lunes, 1 de marzo de 2010

Muerte II

A Malena.

Arenal desciende a las profundidades. Paso a paso, las luces de neón la asaltan. Se siente cansada, muy cansada. Cada paso la arrastra hacia un estado de soñolencia más y más profundo. Pasillos vacíos que se bifurcan bajo la ciudad, gusanos que se alimentan de los seres que parecen vagar aleatoriamente de extremo a extremo de las líneas de metro. El vagón está parado en el andén y Magdalena se tiende bajo el vagón, en un espacio donde justo cabe su cuerpo, entre dos placas de metal que cuelgan del lateral de la máquina. Se tiende sólo un rato, sólo descansar un poco.

Magdalena llega a su cita. Su cuerpo apenas la sostiene. Hay 4 grados en Madrid. El cielo blanco, las bajadas de temperatura, quizá hasta nieve, pero la muchacha ni siquiera lo advierte. Está concentrada en llegar a la cita. Todo forma parte de sus deseos, hacer una revista donde hable de sus inquietudes. Por el momento es sólo un fanzine. Aún no hay blogs en internet. En los chats sólo hay informáticos y unos cuantos que no han encontrado su sitio en ningún otro lugar, como esta chica enferma.
Se encuentran en una cafetería. Dentro hace mucho calor. Está lleno de humo y la mujer que la espera fuma un cigarrillo, y otro, y otro. Utiliza la colilla del primero para encender el siguiente. Magdalena se siente peor cada minuto. Tiene miedo de toser porque no sabe si podrá parar. Su respiración se ha convertido en un tenue hilo que apenas tiene fuerza para unirla a la vida. Se despide, quizá esta chica colabore en el fanzine, aunque resulta difícil pensar cuando apenas hay oxígeno, muy difícil. Entra en un estado de duermevela. Pesadamente cae en la silla del vagón del metro. Justo en una esquina, agarrada a la barra de hierro para no caerse, recuesta su cabeza contra ella. Está fría, pero resulta refrescante en medio de los estertores. Es entonces, y sólo entonces, cuando se da cuenta. Uno puede estar muriéndose poquito a poco, tan lentamente que la idea ni siquiera encuentre un momento para aparecer, pero esta muchacha, que lleva toda la vida perseguida por la muerte, tiene una cita en un vagón de metro a la que no quiere asistir. Pero se ha quedado sin fuerzas para huir.